Hay quien dice que M. Rajoy es un poco cegato o quiere hacernos creer que no sabe qué pasa fuera de los senderos pontevedreses frecuentados de buena mañana en sus fines de semana y, por lo tanto, le faltaría el acceso directo al oráculo de Delfos, algo ciertamente complicado porque no sabemos cómo la sacerdotisa encargada de emitir los augurios del dios Apolo obtenía este don.

Allí la sibila transmitía el mensaje de los dioses, algunos afirman que este poder provenía de los gases emanados del fondo de la tierra, pues parece ser que hay fenómenos geológicos que pueden explicar los vapores que la pitonisa respiraba. Que quede claro, no hablo de ninguna vicepresidenta.

Mariano Rajoy tenía un jefe de gabinete, Jorge Moragas, que podría haberle puesto al tanto de lo que pasaba en las calles, en los ayuntamientos, en los parlamentos autonómicos o en Cataluña, un suponer. Desde hace tiempo es tópico que los inquilinos de la Moncloa sufran una angustia vital que les aísla. Si me apuran, el sujeto en cuestión también tendría que haberle contado qué pasaba en su Gobierno y en las Cortes Generales; el cruce de cables, con conexión a los altavoces en todos los medios, dejaba claro que entre la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y el señor Moragas saltaban chispas con peligro de electrocución.

No seré quien sostenga que fue acertada la rocambolesca actuación del sujeto Moragas en 2004, a la sazón portavoz del PP, cuando puso palos en las ruedas a la Unión Europea provocando una crisis diplomática en Cuba, cual adalid de las libertades. Confieso, con un enorme mea culpa, mi ignorancia; no sabía que el sujeto en cuestión pertenecía a la carrera diplomática, es decir, era embajador de España aunque ocupase otros oficios particulares o partidarios, esa condición no se pierde hasta que cedes tus restos a la ciencia en una facultad de medicina, si les sirven para algo.

Si les digo la verdad, sigo pasmado pensando que este sujeto nos ha estado representando hasta el momento y, lo que es peor, que ahora será nuestro portavoz ante las Naciones Unidas, que todos los dioses habidos y por haber se pongan a la faena, porque de ahí no podría salir nada bueno, ojalá me equivoque.

No creo que el nuevo jefe de gabinete, el sibilino señor Ayllón se aplique más que el embajador Moragas a la hora de escribir, leer y disponer las intervenciones de Mariano Rajoy o las que haga en su nombre la Jefatura del Estado.

Sin ir más lejos, la semana pasada han estado sembrados, ha quedado claro y nítido que la vicepresidencia de Soraya Sáenz de Santamaría puso a los pies de los caballos al presidente y al ministro portavoz obligándoles a contradecirse a cuenta de las aventuras del señor Puigdemont, que a estas alturas no sé si será presidente electo, seguirá vacacionando, o si ya será comisario europeo para festejos varios.