Lo hemos leído y oído hasta la saciedad esta semana a cuento de tres episodios rentables para llenar páginas y horas de tertulias pero en modo alguno suficientes para hacer creíble que la libertad de expresión está en peligro en España, que vuelve la censura y que, consecuencia inevitable, estamos como en Turquía. Como lo del arte lo explica, siente y vive cada uno a su manera, para mí las fotos colgadas, descolgadas y vueltas a colgar no lo son, arte digo, sino pancarta exhibida al modo en que ETA hacía con las de sus tropecientos presos en las calles y plazas del País Vasco. Y nunca se me hubiera ocurrido honrarlas como se ha hecho porque no lo merecen ni las fotos ni los fotografiados. Lo del rapero condenado por el Tribunal Supremo evidencia que hay mucha gente y unos cuantos dirigentes políticos y mediáticos a los que los jueces gustan o disgustan según sentencien y que entienden la libertad de expresión, dicen que artística también en este caso y es que de artistas parece que andamos sobrados, a modo de bula que lo dispensa todo. De otra clase es, en cambio, lo sucedido con Fariña, la interesante novela de Nacho Carretero que me regaló una hija hace tiempo y leí, claro está, porque sobre el que fuera alcalde de O Grove, Bea Gondar, y sus vicisitudes judiciales se puede tener sobrada noticia en Google sin gastar un euro. Ha sido una resolución judicial dura e inusual, porque una medida cautelar de secuestro de una novela publicada en 2015 lo es sin duda, que será recurrida y dejada sin efecto sin mayores consecuencias que las de haber contribuido al aumento de ventas de la novela. Y eso, justamente, porque en España hay libertad de expresión. Hay que ser frívolo o malintencionado, las dos condiciones no se excluyen sino que conviven en muchos casos, para sostener con tintes dramáticos que no hay libertad de expresión. La cosa no merece más columna y aquí lo dejo.

La esperanzadora noticia llegó ayer servida por el Centro de Estudios de Opinión de Cataluña. En su sondeo de enero, a la pregunta más importante ¿quiere que Cataluña se convierta en un Estado independiente?, el 53.9% responde que no y el 40.8% que sí. Hay que recordar que ante una pregunta semejante en el referéndum, o lo que fuera, del 1º de octubre, el 90% de los votantes respondió que sí. Es cierto que un sondeo no es una votación y que en el referéndum participó el 43% del censo, pero lo que el sondeo indica es importante al contrastarlo con lo vivido allá en los últimos años. Dos cosas sobre ello. La primera es subrayar que, dado el comportamiento volátil del electorado, una decisión de este calado en un supuesto constitucional como el de Escocia o similares que no es el nuestro, no puede sustanciarse por una minoría exigua de síes sobre una participación igualmente exigua sino que exige, en la línea del Tribunal Supremo canadiense a propósito de Quebec, una mayoría relevante. No menos de 2/3 de síes sobre el mismo porcentaje del censo sería más lógico y, seguramente, para evitar arrepentimientos cuando la situación es ya irreparable, ahí está el Brexit, una segunda votación sería aconsejable. La segunda tiene que ver con un comentario escuchado sobre el sondeo a dirigentes de la oposición. No se cansaron de protestar contra Rajoy culpándole de judicializar el asunto de Cataluña en lugar de hacer política y ahora resulta que se atribuye a la actuación de los tribunales el enfriamiento de la pasión independentista. Y, por supuesto, del 155 aplicado por el gobierno, ni se habla.