Saludos cordiales y buenos deseos sinceros, señores y señoras, en esta recién estrenada primavera de 2018. Como estaba previsto, ayer mismo, cuando eran las 17.15 horas, cruzábamos el Rubicón del ya pasado invierno, y la estación más florida se plantaba ante nosotros. Así lo ameritan los cálculos del Observatorio Astronómico Nacional. Porque la primavera, ante todo, es una cuestión física, que tiene que ver con las posiciones relativas de La Tierra y el Sol en su movimiento de traslación y también con la inclinación del eje de giro del planeta respecto al plano de su órbita. En ese sentido, técnicamente, sí. Estamos en primavera. El día dura, en este momento de equinoccio, lo mismo que la noche. Y, a partir de aquí, su crecimiento imparable nos llevará a las largas jornadas de luz que culminarán el 21 de junio en el solsticio de verano, el día más largo del año.

Pero la primavera, en sí, tiene muchos más significados. Su etimología viene de algo así como "primer verdor", algo que todos asociamos a esta estación. En primavera, efectivamente, explota la luz y el color, las flores en los campos y el despertar general del letargo del largo invierno. Entonces, de forma figurada, no es raro que primavera se asocie con tres verbos altamente sugerentes, tales como despertar, renacer y regenerar. Tres acciones vivificantes, que se contraponen a la losa del inmovilismo que se supone implica la tenaza del frío en la naturaleza.

Tenaza, claro, sólo en sentido figurado. Pero tampoco es malo el invierno. Más aún, no crean ustedes que yo soy de los que sólo disfrutan con la primavera. Quizá sea mi estación favorita, de acuerdo, pero seguida de cerca por el otoño, cuyos colores son incomparables con los de cualquier otro momento del año, dejando en un tercer puesto mucho más discreto al invierno y, finalmente, al verano. La luz de la primavera es inmensa e intensa, y me gusta contraponerla a la cenital, palmaria y hasta grosera del tramo principal del día en el verano, que lo inunda todo privándonos de la sombra y el matiz, como si fuera una intensísima luz industrial sin nada bueno que contarnos y mutilando cualquier relieve. En el verano, todo es plano...

En primavera, siempre sueño con alguna suerte de regeneración. Miro a mi alrededor, y espero cambios profundos, pero a la vez sutiles. Verdaderos movimientos en temas enquistados y hasta caducos, de una forma leve y grácil. Espero toneladas de ilusión y optimismo, dejando atrás otras actitudes mucho menos constructivas ante una obstinada realidad. Y, sobre todo, espero generosidad, solidaridad y respuestas diferentes ante problemas recurrentes. Es por eso, quizá, que siempre me quedo un tanto frustrado cuando termina la primavera y, el mismo día de mi santo, comienza el verano. Atrás suelen quedar meses de flores, lluvias, cantos de pájaros por doquier y... la misma retórica, la resta en vez de la suma, los partidismos con sus partidarios y sus no partidarios, y una sociedad exactamente igual de rota... o más.

Pero ya saben que soy un poco ingenuo, razonablemente alegre y quizá bastante idiota. Por eso vuelvo a asomarme a la primavera, a esta de 2018, esperando con ilusión realidades que trasciendan al tiempo meteorológico y a la intensificada paleta de colores en el campo. Espero nuevas realidades en lo social, en lo económico y en lo político. Espero la salida de la intrahistoria y la posverdad como elementos de comunicación por parte de quienes pueden conseguir verdaderamente nuestro progreso, pero que hoy están instalados en otras batallas. Y espero, con ganas, una sociedad mejor. Más primaveral, en ese sentido figurado que implica regeneración, despertar y renacimiento. Y esto -ojo- está muy lejos del debate caduco entre izquierdas y derechas. Me refiero, sobre todo, a la orientación a resultados. A la focalización en las cuestiones que importan, detrayendo el mínimo de los recursos para las actividades instrumentales, y con la mente fría puesta en la mejora social, cuyo advenimiento es urgente e inaplazable en nuestro país. Y todo ello sin buscar culpables, ni practicar el tipico y tópico "quítate tú para ponerme yo". Arrimando el hombro, cambiando el juego político por el trabajo de todos y, de verdad, quitándonos la pátina de un invierno conceptual -ese sí que no me gusta- que dura ya mucho, y que no aporta nada.

Primavera, pues, en lo astronómico y espero -una vez más- en el terreno de la esperanza. Porque una sociedad sin esperanza, no es nada. Y, ¿qué tiempo es adecuado para construir la misma, sino este de luz, frescor y verdor?

Disfruten de esta primavera recién estrenada. Y, de lo otro, ya iremos viendo...