No me interesa en absoluto el reciente comunicado de ETA, la organización nacionalista vasca dedicada al crimen durante décadas, y sólo la buena educación me impide explayarme al respecto. Me quedo, imitando al gran Fernando Fernán Gómez, con aquello de ¡váyanse ustedes a la mierda! y con aquello otro de San Marcos de que "más les valiera que les hubieran colgado una rueda de molino de las que mueve un asno y los hubieran echado al mar". No merecen más. Lo que, en cambio, más que merecer, exige análisis, autocrítica y propósito de la enmienda por parte de los constitucionalistas en general y de la izquierda en particular es la tolerancia que durante décadas y hasta hoy mismo se ha regalado al discurso y a la praxis nacionalista, cuyas dos máximas y relevantes aportaciones a la convivencia han sido la existencia de la banda y la reivindicación independentista donde solía y ahora también en Navarra y Baleares. Bajo el paraguas constitucional de los derechos y el autogobierno el nacionalismo excluyente y desleal se ha consolidado en las regiones más ricas ante la inacción de los dos grandes de la política nacional. Hoy coincidiendo con el comunicado de la banda se está celebrando el juicio del caso Alsasua, puro odio nacionalista. Hoy sábado tendremos que aguantar los silbidos al Rey, a la bandera y al himno español, odio nacionalista igualmente. Y, en fin, desde la aplicación del 155 allá por el 28 de octubre, la TV3 continua emitiendo como siempre y hasta ayer viernes no han sido cesados dos altos cargos, muy altos, de la Generalitat confesos partidarios del procés. Son tres muestras, hay más y de más graves consecuencias, de la tolerancia y de la permisividad que se ha tenido con el nacionalismo durante décadas y que dura.

Si a este asunto de la máxima relevancia en la convivencia le añadimos la debilidad creciente de los dos grandes partidos estaremos dando con el por qué del rápido éxito de C's entre el electorado moderado, el más amplio en España. Se descarta el PSOE por su errática deriva con los nacionalismos, sus increíbles ofertas económicas y sus dudas con Podemos y socios, mientras que la lista interminable de escándalos por corrupción en las filas del PP no deja de proporcionar un inagotable filón de votos moderados para el partido de Rivera que acaba de anotarse un punto importante con la oferta a Valls. Lo de Cifuentes clama al cielo sin remedio y lo que se anuncia sobre la Ciudad de la Justicia en Madrid, con Aguirre y Gallardón en primera fila, garantiza hasta las autonómicas y generales un calvario para los de Rajoy que no se tapa ni con la aprobación de los presupuestos, ni con el apreciable crecimiento económico, ni siquiera con la deseable entrega de Puigdemont y el consecuente juicio de todos los rebeldes que la opinión pública apunta en el haber del magistrado Llarena y del TS. ¡Ay Montoro, por qué no te estarás callado! Sólo la posibilidad de que el PP fuera el único freno al gobierno de Sánchez e Iglesias podría asegurarle la victoria a Rajoy, pero la aparición y fortalecimiento de C's les dice a los votantes del centro derecha que hay una salida digna y eficaz, que hay una política capaz de frenar al nacionalismo rampante y a la corrupción. Podrá C's decepcionar más adelante, claro, pero de momento es la gran esperanza blanca para millones de electores en España como ha acabado siéndolo en Cataluña. Millones de electores, jóvenes entre los treinta y cincuenta muchos de ellos, sin complejos ni deudas con el franquismo, con los pies en la realidad, demócratas y legales convencidos, partidarios de los derechos y la Constitución, hartos de las palizas de Alsasua, de los silbidos en la final, de los insultos de TV3, de los privilegios económicos y, por supuesto, de los fraudes de Cifuentes y compañía.