Diez minutos. Ese es el tiempo límite del que dispone hoy el profesor gallego Enrique Dans para defender en el Congreso de los Diputados sus argumentos sobre la necesidad de adaptar el concepto de propiedad intelectual al entorno digital. El gallego, especialista en nuevas tecnologías y su aplicación en los negocios, comparece invitado por la Subcomisión de Propiedad Intelectual. Ya el pasado mes de diciembre fue convocado por Ángeles González-Sinde para conocer las inquietudes del sector.

-Va a disponer de muy poco tiempo para exponer sus argumentos. ¿Puede adelantar su discurso?

-El concepto de propiedad intelectual que manejamos hoy en día, basado en el copyright (derecho de copia) proviene del Estatuto de la Reina Ana, del siglo XVIII. Desde que se definió hace más de 200 años lo hemos mantenido como escenario único y, hoy en día, con internet, no tiene ningún sentido. Durante años este concepto era razonable porque era muy difícil realizar copias. Luego comenzaron a copiarse las partituras y se creó el negocio de venta. Sin embargo, el negocio desde entonces no lo ha tenido el artista, ellos sólo se quedan con el 10 por ciento de los beneficios; el 90% es para el intermediario que realiza la copia. Hoy internet ha cambiado todo esto y el concepto de copia es sencillamente absurdo; Internet es una verdadera máquina de hacer copias, con cada clic hacemos una copia y es imposible controlarlo.

-¿Cuál cree entonces que sería el modelo adecuado para gestionar la propiedad intelectual sin dañar a los autores?

-Hay que reorganizar el concepto para que los artistas tengan forma de saber cuándo sus copias se están utilizando con ánimo de lucro. No se discute que los artistas sean remunerados, pero no por los que consumen esas obras, que en realidad colaboran a su difusión. Tienen que pagar aquellos que saquen provecho de su uso.

-¿Cree entonces que las descargas gratuitas no les perjudican?

-Las descargas no son un problema. Se ha demostrado que las taquillas de los cines no se han resentido y los artistas ganan cada vez más dinero; son los intermediarios los que salen perdiendo. No es cierto que no se pueda competir con lo gratuito. Las descargas irregulares no van a desaparecer nunca, pero proceden de personas que no iban tampoco a consumir esa obra sin ellas. Los creadores necesitan proponer modelos diferentes para que a la gente le merezca la pena comprarlos.

-¿Están los autores españoles preparados para el cambio?

-Cada vez escucho a más autores desear ser el rey de las descargas. Sin embargo, muchos artistas sufren el síndrome de Estocolmo y temen desvincularse de las discográficas que en su día los crearon y los convirtieron en comerciales.

-¿Qué esperanzas tiene de que se tenga en cuenta su visión revisionista?

-La posibilidad de generar una postura mínimamente revisionista que lleve a la Subcomisión a replantearse el concepto es casi imposible, ya que los demás comparecientes son ocho entidades de gestión de derechos de autor, una coalición que las agrupa y varias asociaciones industriales de sectores como cines, diarios, libros, televisiones o fabricantes de discos, todas ellas interesadas en mantener el concepto clásico de propiedad intelectual y endurecer las medidas destinadas a su protección. Ellas unidas cuentan con hora y media para defender sus posturas, con lo que el desequilibrio es tremendo. Junto a mi postura estarán Exgae, una asociación de consumidores, y Google, pero es muy difícil luchar contra el poderoso lobby de intereses que se ha creado.

-Será inevitable relacionar este tema con el debate sobre la Ley de Economía Sostenible; la llamada 'ley antidescargas' que prevé bloquear webs que alojen vínculos a ficheros sujetos a derechos de autor.

-Sí, las preguntas posteriores de los diputados irán en esa línea. Por supuesto, volveré a cargar contra la disposición final de esta ley que compromete las libertades fundamentales. Deberían eliminar esa disposición y tratar de controlar las descargas ilegales con cambios legislativos más inocuos. Han metido la pata hasta el fondo por presiones claras y ahora, en lugar de rectificar, insisten en el error. Tenemos que conseguir que el debate se haga público y que no nos consigan colar disposiciones tan tremendas.