¿Cuánto de jesuita y cuánto de franciscano hay en Jorge Mario Bergoglio? Un miembro de la Compañía de Jesús respondía de este modo al día siguiente de la elección del cardenal argentino: "Hombre, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio no los habrá olvidado, y el amor al Compañía no lo habrá perdido". Adviértase el tiempo verbal de la respuesta: futuro perfecto, acción pasada probable.

Aunque con mucha prudencia, puede trazarse un paralelismo explicativo. Salvando las distancias entre el uno y el otro, dos nombramientos episcopales en un plazo de tres lustros han separado de la Orden de San Ignacio a dos jesuitas: a Bergoglio (designado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992), y al español Juan Antonio Martínez Camino, nombrado obispo auxiliar de Madrid en 2007. Ello significaba que cesaba el voto de obediencia a sus superiores jesuitas (la relación jurídico canónica), aunque podía seguir existiendo el vínculo espiritual con la Compañía.

De hecho, Martínez Camino nunca ha renegado de la Orden a la que pertenece, sino que, al contrario, ha reconocido lo bueno que recibió de ella. De Bergoglio tampoco se tiene constancia de reniego alguno, pero de ambos casos se sabe que había llegado un momento en el que ni ellos estaban a gusto en la Orden, ni la Orden con ellos.

Pero Bergoglio ha seguido dirigiendo Ejercicios Espirituales ignacianos y el pasado viernes por la mañana, en una misa con cardenales, citó la célebre frase de San Ignacio de que "en tiempo de desolación no se haga mudanza". Sin embargo, la espiritualidad personal que evidencia Francisco es más bien la espiritualidad diocesana, no precisada en los manuales de Teología y suficiente amplia para que quienes la profesen beban en diferentes fuentes de la historia de la Iglesia.

Bergoglio, que se auntoimpuso el nombre de Francisco, inspirado en San Francisco de Asís, explicó ayer cómo tomó dicha decisión y cómo algunos cardenales bromearon con él al sugerirle que se llamase Clemente XV, por Clemente XIV que suprimió la orden de los jesuitas. En efecto, Giovanni Vincenzo Antonio Ganganelli, que era fraile franciscano, fue Papa de 1769 a 1774, y en 1773 cedió a la presión de las monarquías borbónicas de Francia y España para que fuera disuelta la Orden de San Ignacio. Así lo hizo, pero no por inquina personal sino por movimientos "geoestratégicos" de aquel tiempo.

La rivalidad entre las órdenes religiosas se ha exagerado con poco fundamento histórico, pero sí hubo una zona, entre otras, de aspiraciones enfrentadas: el anhelo mundanal en las altas esferas de gobierno de las órdenes por estar cerca del poder absoluto de la Iglesia, del Papa, o al menos gozar de su beneplácito. Dominicos, jesuitas, Ffranciscanos, teatinos... no han sido ajenos a tal impulso y la Compañía de Jesús se llevó la parte del león a lo largo del siglo XX, hasta Pablo VI, ya que Juan Pablo I tenía preparada una dura admonición a los jesuitas que al morir él y ser elegido Juan Pablo II éste envió con una nota adjunta a mano: "Como si la hubiera escrito yo". Era el comienzo de la ruptura y la puesta en jaque de la Compañía remodelada y reformulada por el Padre Pedro Arrupe bajo el lema Fe y Justicia. La trombosis sufrida por Arrupe en 1981, y el movimiento de la Orden para nombrar un responsable interino en la persona del estadounidense Vicent O'Keef, muy progresista, precipitaron que el papa Wojtyla realizase un gesto sin precedentes en la historia: intervino la Compañía y nombró al Padre Paolo Dezza, brillante profesor y jesuita de corte clásico, en lugar de O'Keef. En aquellos años y en los precedentes, Jorge Mario Bergoglio había discrepado de la definición Fe y Justicia y de su efecto de arrastre hacia la Teología de la Liberación y fenómenos semejantes en Latinoamérica.

Era esa situación incómoda que sólo cesó cuando en 1992 fue elevado al episcopado por el Vaticano. Sin embargo, el papa Francisco, según relata el vaticanista Sandro Magister, "no ha dejado de citar también a San Ignacio de Loyola en sus primeros días como Papa". El pasado viernes en una misa con cardenales en la Casa Santa Marta, "improvisó una breve homilía" que no ha sido hecha pública. En ella citó la más famosa de las reglas de discernimiento de espíritus contenidas en los Ejercicios Espirituales del santo guipuzcoano: "En el tiempo de la desolación no se hagan nunca cambios, sino que se permanezca estables y constantes en los propósitos y en las decisiones que se tenían en el tiempo de la consolación". Ese mismo viernes por la mañana el Papa llamó personalmente al Padre General de los Jesuitas, Adolfo de Nicolás.

Ahora bien, el fuerte movimiento de secularización en la Iglesia desde los años 60 y 70 del pasado siglo suele ser atribuido a efectos no deseados del Concilio Vaticano II. Y el Vaticano II de la Compañía de Jesús acaeció en 1974, en su 32.ª Congregación, momento en el que se redefine el carisma de la Orden.

La secularización subsiguiente tuvo dos notas fundamentales: por una parte, se secularizaban gran número de sacerdotes y religiosos, es decir, abandonaban su condición de presbíteros; y por otro lado, muchos de los que permanecían iniciaban un proceso de desclericalización que para ellos era la condición, y la consecuencia, de un más cercano trato con las realidades del mundo.

En una entrevista en 2007 a la revista 30 Días, Bergoglio, al ser preguntado "¿qué es para usted lo peor que le puede pasar a la Iglesia?", respondió: "Es lo que De Lubac llamaba mundanidad espiritual. Es el mayor peligro para la Iglesia, para nosotros, que estamos en la Iglesia". Henri de Lubac fue teólogo jesuita, y de gran prestigio. La "mundanidad" de la que hablan tiene que ver con el espíritu de la secularización que se ha atribuido a las órdenes religiosas. Juan Pablo II, al intervenir la Compañía, dio el pistoletazo de salida al auge de los nuevos movimientos -Comunión y Liberación, Kikos o la Legión de Cristo -, y de otros no tan nuevos, como el Opus Dei. La fidelidad a la doctrina era su nota común.

En una Iglesia expectante ante los primeros pasos del Papa, su condición de jesuita , y su nombre franciscano podrían orientarse a un apoyo a las órdenes y congregaciones religiosas, pero con la condición de que se alejen de la "mundanidad". Uno de su primeros mensajes ha sido: "Si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona; nos convertiríamos en una ONG piadosa". Esa es su doctrina, y su praxis la entrega a los pobres, pero sin teologías politicosociales de liberación.