A sus 34 años Britney Spears puede decir ya que la mitad de su vida la ha disfrutado entre laureles, ungida como la princesa del pop, título que no parece dispuesta a perder habida cuenta del momento, uno de los mejores de su carrera, y de su nuevo álbum, Glory, quizás el más sofisticado de sus trabajos. Llega cuando más urgente parecía la necesidad de un álbum que la resarciera, si no comercialmente, al menos en cuestión de credibilidad del resbalón que supuso el previo Britney Jean (2013) y del permanente acoso a su posición, en un género muy fugaz que no deja de alumbrar, encumbrar y derribar divas.

Tras aquel disco fallido, Spears inició una residencia en Las Vegas con el espectáculo Piece of Me, que, según medios locales y a pesar de que su querencia por el playback, habría impulsado los beneficios anuales de la cadena hotelera que lo alberga hasta los 20 millones de dólares (18 millones de euros). Fichó por dos años y finalmente serán tres los que allí complete.

La cantante ha adquirido ya la condición de icono. De ahí el biopic que prepara una cadena de la televisión estadounidense, Britney, en la que la joven Natasha Bassett encarnará a Spears en el filme sobre su vida.