Desde que era niño hasta el presente, la verdad es que nunca he llegado a entender el porqué de hacer trampas al jugar una partida de damas, de ajedrez, de la oca o de cualquier otro juego de mesa cuya finalidad principal es el divertimento y/o el desafío intelectual, nunca he comprendido dónde se encuentra la gracia y satisfacción de ganar empleando las armas del engaño. ¿Queda la conciencia situada en una posición limpia y cómoda? Pues bien, he visto en muros y paneles algunas de las huellas del juego sucio empleado en la campaña electoral, señales dejadas por individuos que, al menos en uno de los casos, actuaron en pro de la formación política que obtuvo mi confianza en las urnas el 20 de diciembre. Después de pasarse horas pateando la calle pegando carteles de los candidatos a las elecciones, ¿causa placer ver al día siguiente propaganda de otro partido tapando la propia? Entonces, ¿por qué dar lo que no se desea recibir? Y es que, los que en un lugar se habían comportado como saboteadores, en otro eran los saboteados. A veces, las palabras quedan sepultadas por los hechos.

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