En medio de su aberrante y punible comportamiento, hubo algo en lo que los miembros de La Manada no se equivocaron: eligieron acertadamente este nombre que se pusieron. No es solo que actuaran como animales, dejándose llevar por los más bajos instintos sin el menor asomo de conciencia humana, sino que además lo hicieron de un modo totalmente gregario, grupal, colectivo, sin que ninguno de ellos fuera capaz de tener el mínimo asomo de personalidad propia para discrepar e intentar variar un ápice la conducta de sus compañeros. Éste es un caso extremo de una acción en masa que anula el pensamiento personal y lleva a sobrepasar todos los límites éticos, de la que hay sobrados ejemplos en la historia y a nuestro alrededor en campos tan diversos como la política o el deporte-espectáculo. La raíz de este comportamiento irracional, en la que Vicente se reduce a seguir a la gente donde quiera que vaya, se encuentra en la obliteración de la reflexión individual y la capacidad de autocrítica, propiciada por una sociedad inculta y un sistema de enseñanza que, siento decirlo, No enseña a pensar. Aparcando fuera del mismo materias que podrían hacerlo, especialmente la filosofía y la ética, no conseguiremos sino fomentar el gregarismo en todas sus formas. Lo dijo Kant: "La máxima de pensar por sí mismo, en eso consiste la Ilustración", y es el mejor antídoto frente a las demencias realizadas en grupo, como bien apuntó Hannah Harendt en su análisis del proceso contra el nazi Eichmann recogido en La banalidad del mal. Un ser humano que no piensa se convierte bajo la presión social en una máquina o una bestia. Parafraseando a Pascal: toda la dignidad del hombre consiste en el pensamiento. Esforcémonos, pues, por pensar bien: en ello se encuentra el fundamento de la moral.

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