No soy padre ni tutor de menores susceptibles de ser receptores de los contenidos que puedan darse en una nueva asignatura cursada en la etapa de la educación obligatoria y cuya finalidad sea la transmisión de valores cívicos y éticos, pero no me parece un planteamiento descabellado ni cargado de riesgos para la convivencia y el progreso de la sociedad.

Son constantes las referencias a la necesidad de tener un sistema educativo de calidad como elemento imprescindible para el desarrollo nacional del país en un mundo globalizado y altamente competitivo, sin embargo, también es importante que la adquisición de conocimientos y habilidades técnicas del alumnado vaya acompañada de una formación en humanidad destinada a la concienciación y el refuerzo de la responsabilidad individual y el compromiso social. Aunque, para ello, es necesario el ejemplo de los adultos, pues si no hay armonía entre lo escuchado en los centros de enseñanza y lo visto en el hogar, en la calle, en los estadios deportivos, en los medios de comunicación o en la política, la confusión está servida. ¿Estamos los adultos preparados y dispuestos a que nuestras acciones sirvan como guía de buenas prácticas?

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