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El niño que cuidaba del ganado en su casa

Mi padre trabajaba en la compra y venta de animales, sobre todo cerdos, y yo tenía que sacarlos a pastar cuando salía del colegio, por lo que me quedaba poco tiempo para jugar con los amigos

El niño que cuidaba del ganado en su casaLa Opinión

Nací en la calle Santa Margarita, casi al lado del cine Rex y al poco tiempo de nacer mis padres, Eduardo y Elisa, decidieron trasladarse a la calle Monforte, donde vivimos hasta que cumplí ocho años, tras lo que nos mudamos con mis hermanos Palmira y Ricardo a Vioño. Allí residí con ellos hasta que a los veinticuatro años me casé con Consuelo Botana, natural de Ponte Carreira, en Frades, con quien tengo un hijo también llamado Eduardo.

Mi primer colegio fue el Parapar, situado en la calle Mariscal Pardo de Cela, que entonces era un callejón de la Fábrica de Cerillas. Allí estuve poco tiempo, ya que luego pasé al de los hermanos Borrego en la zona de O Borrallón, donde estudié hasta los diez años, y más tarde en la academia Celta en Cuatro Caminos hasta que entré en la Escuela del Trabajo para hacer la especialidad de mecánico ajustador por nocturno, ya que ya había empezado a trabajar en la armadora de buques Copenave, situada en A Palloza, en la que estuve hasta los veintiún años.

Cuando terminé la mili, que hice en la Marina, entré en la empresa Tarenasa, ubicada junto a los antiguos varaderos de O Parrote, que se encargaba del servicio de los motores marinos Deutz. Trabajé allí varios años hasta que pasé a Finanzauto, primero en Espíritu Santo y luego en Acea de Ama, donde acabé jubilándome.

En mi niñez y juventud tuve amigos de los diferentes lugares en los que viví, como Porrolo, Raúl, Darío, Ángel, Gerardito, Manel, Fernando, los hermanos Luis y Ángel, Suso y Manolo los del fabriquín, Mariló y su hermano Cucu, Mariluz, Rosita la rubia y Ángel el hijo del guardia civil. Como mi padre se dedicaba a la compra y venta de ganado, sobre todo de cerdos, los guardaba en una terraza que teníamos en casa, por lo que cuando salía del colegio muchas veces tenía que cuidarlos y sacarlos al campo, ya que en los alrededores de nuestra casa había muchos prados en los que podían pastar. Pero si no estaba mi padre, hacía lo posible para que los animales volvieran pronto al redil para poder jugar con mis amigos. Lo malo era que cuando por fin llegaba a verles, al poco tiempo tenían que marchar para sus casas al oír que sus madres les llamaban a gritos por las ventanas.

Los domingos o festivos eran los únicos días que tenía libres por lo que iba con mis amigos a los cines de barrio, en los que antes de empezar la película sulfataban los asientos con insecticida ZZ para matar las pulgas. También cambiábamos tebeos y novelas en librerías como la de Magín el heladero o la de Aurorita en la calle Vizcaya. Como me gustaba el fútbol, entré en el Liceo de Monelos y luego en el Vioño, aunque tuve que dejarlo al poco tiempo por mis obligaciones con los animales.

Algunas veces solíamos ir a jugar a la Granja Agrícola, a los Estrapallos y a los campos de Ángel Senra y de A Sardiñeira. Cuando queríamos fruta o patatas, íbamos a la gran huerta de los Linares o la del sanatorio psiquiátrico. También me acuerdo de las escapadas que hacíamos a los túneles en San Cristóbal para esperar a que pasara un tren con la máquina que lo llenaba todo de humo.

Testimonio recogido por Luis Longueira

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