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Adrián CondeMago, actúa el sábado en el Fórum

“Mi humor es blanco, pero no hay que subestimar a los niños”

“La magia y el ‘clown’ son muy dispares. Llevo 20 años buscando cómo fusionarlos” | “Los adultos se ríen a veces más que sus hijos”

“Mi humor es blanco, pero no hay que subestimar a los niños”L.O.

El clown, la magia y el humor se entremezclan hasta convertirse en una única y singular disciplina en el espectáculo El gran Braulio, en el que el mago Adrián Conde se mete en la piel de un ilusionista algo torpe que cree ser el mejor mago del mundo, aunque su público percibirá algo distinto. Podrán descubrirlo este sábado a las 19.00 horas en el Fórum Metropolitano.

¿Cómo integra en su espectáculo dos artes tan distintas como la magia y el clown?

La magia y el clown son muy dispares, sí. Al mago le sale todo bien, es elegante, es todopoderoso. El clown es todo lo contrario: vulnerable, se despista... llevo en esa búsqueda de cómo fusionar el clown y la magia 20 años. No es sencillo, porque tienes que hacer juegos de magia originales, pero que sirvan también como disparadores de un conflicto o de una escena graciosa. Lo que ve el público es un mago que está en aprietos constantemente. Ves a un mago que viene a mostrar sus juegos de magia, que le salen de casualidad o de una forma distinta a la que tenía pensada. Eso es lo que hace que le guste al público, los niños se mueren, porque viene el mago todo chulo y las cosas no le salen bien. El personaje se cree que es un crack, tiene un poco como esa metáfora de que uno está constantemente tropezando y las cosas no salen como quería, pero se sigue adelante.

¿La reacción del público ante el mago torpe suele ser la risa o la empatía?

Empatizan, pero se ríen también. Lo que está bien es, o eso percibo, que, al no ser ese mago que se cree que está a un nivel superior al público, la gente no está todo el tiempo pensando en cómo hizo eso, tratando de pensar el secreto; sino que empatizan con el personaje. Si le desaparece el micrófono, no están pensando cómo lo hizo, sino que piensan ¿cómo va a hacer para hablar?

No quería escoger entre el humor y la magia y decidió combinarlas.

Sí, y no es una teoría sencilla, porque no hay referentes: hay clowns que han parodiado al mago, hay magos cómicos, pero no hay donde aprender a ser un buen mago clown. Es una búsqueda constante y también apasionante.

¿Es una búsqueda autodidacta o requiere formación?

De todo, porque si bien empecé con música y teatro y luego descubrí la magia e intenté hacer esa fusión. Luego fui estudiando cosas como expresión corporal, mimo, seguí haciendo teatro para tratar de hacer esa fusión y de expresarme lo mejor posible, y que la gente entienda lo mismo que yo quiero transmitir.

Tuvo que crear su propio lenguaje.

Sí, es algo que me da satisfacción y, por otro lado, algún fracaso, por decirlo de alguna manera. Es como una banda de música que hace versiones: sabes que va a funcionar. Si hago mi propia canción, hay gente a la que le gusta y gente a la que no. Busco hacer algo que sea distinto, mío propio. Muchas veces me llevo fracasos, porque voy a probar y a exponerme con mi espectáculo. Muchas veces, es eso lo que me da satisfacciones, y también trabajo, porque no hay espectáculos de este tipo en concreto. No quiero sonar soberbio.

Viene del mundo de la actuación. ¿Cómo se dio cuenta de que lo suyo era la magia?

Realmente, cuando descubrí la magia me apasionó: transmitir al público esa ilusión y esa sorpresa que se genera es fantástico. Empecé a estudiar magia y me centré demasiado en eso al principio. Luego me di cuenta de que muchos juegos se versionan de otros magos. Me preguntaba a quién aplaudían: a la tienda de magia que me vendió este juego, al mago que lo inventó o a mí. Ahí fue cuando descubrí el clown y la búsqueda de cómo fusionarla.

Cuando uno se dedica a hacer espectáculos familiares, ¿cómo se las arregla para captar la atención de niños, adolescentes, padres y abuelos?

Siempre intento hacer un humor muy blanco, muy sano, que lo entiendan los niños y los adultos, como niños que han sido. El peligro está en subestimar a los niños haciendo algo ñoño o básico. El desafío es lograr que ese adulto se transporte a su infancia, deje los prejuicios de lado, aunque suene a cliché. Mi labor es conectar con el público para que empaticen conmigo y se dejen llevar. Lo que diferencia a un espectáculo infantil de uno familiar es que en el segundo enganchas a esos adultos para que no se aburran. A veces se ríen más los adultos que sus hijos.

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