La Venezuela silenciada, vista con humor y distancia

Las exposiciones de FFoco prolongan su estancia en la ciudad y se podrán visitar en la fundación Luis Seoane hasta final de año

Exposición 'Letreros que se ven', en la Fundación Luis Seoane de A Coruña.

Exposición 'Letreros que se ven', en la Fundación Luis Seoane de A Coruña. / Víctor Echave

Fermín Valladares dice que ya no tiene edad para seguir documentando Venezuela como lo hizo 42 años atrás, también porque desde hace catorce vive en Madrid, y saber que una selección de las instantáneas que tanto él como sus compañeros de El Grupo tomaron durante meses para la exposición Letreros que se ven, están en A Coruña, le produce cierta nostalgia, porque le recuerda “todo” lo que un día fue y por dónde pasó.

“La cosa sigue siendo más o menos lo que se quiso mostrar en ese momento con cierto humor negro, era esa Venezuela que no se veía, porque en aquel momento solo se mostraba la enriquecida”, explica Valladares.

La muestra forma parte de la programación del Festival de Fotografía de A Coruña FFoco, que prolongará su estancia en la ciudad, ya que las exposiciones que están en la fundación Luis Seoane no se retirarán el 11 de diciembre, tal y como estaba planeado, sino que se quedarán en sus paredes hasta final de año. La muestra la componen 42 fotografías digitalizadas a partir de los negativos originales del libro Letreros que se ven, en homenaje a los 42 años que hace que se publicó.

El Grupo lo formaban Luís Brito, Ricardo Armas, Vladimir Sersa, Jorge Vall, Alexis Pérez-Luna, Sebastián Garrido y Fermín Valladares, eran fotógrafos que trabajaban en Venezuela y que, bajo el mismo nombre, El Grupo, publicaban su visión del país, desde el rural a la ciudad, buscando imágenes que hiciesen pensar. Pero también capaces de arrancarle una sonrisa a los espectadores, jugando con las pintadas y con los carteles que había en las calles, “pensando el encuadre y midiendo la luz”, estudiando al detalle la imagen.

Cada semana decidían a qué lugar iban a ir a hacer fotos, cargaban su bolsa con carretes y objetivos, pero no trípodes. “Nunca los usamos”, confiesa Valladares, al otro lado del teléfono, y, en algunas ocasiones, hasta tenían que aclarar que no iban a robar, sino que estaban haciendo un trabajo editorial. Nada que no se resolviese con “una broma” o con “tomar una cerveza” en la plaza. Y es que, durante el tiempo que estaban en las poblaciones del interior intentaban que los vecinos los viesen como iguales, que les contasen su realidad y compartiesen con ellos su día a día para que ellos pudiesen inmortalizarla.

Cuando se pusieron a hacer la selección de las imágenes —después de dejarlas “descansar unos meses”— que conformaría el libro tenían más de 2.000 negativos y fueron descartando hasta quedarse con 250 en solo una jornada de trabajo y de ahí, adelgazaron la elección hasta las 123 que fueron las que finalmente se publicaron en enero de 1979.

“No pensábamos en eso porque lo que era importante era el discurso”, contesta Valladares, al hablar de los egos y de la cuota de fotos de cada uno en el libro. Era su manera de funcionar, como un engranaje perfecto, un grupo que pensaba en colectivo y al que unía, como un cordón umbilical, “la ironía”.

“Podíamos fotografiar la misma cosa pero había que elegir la mejor foto y decías: ‘pues es mejor la tuya, Alexis’, o ‘me gusta más la tuya, Vladimir’. Esa fue la parte más importante de crecimiento personal y fue casi una posición ideológica ante la vida. Afrontamos eso y salimos”, comenta Valladares, que asegura que nunca su amistad se vio afectada por la elección de las fotos, porque su proyecto era común y eso estaba por encima de cada uno de ellos como individuos. “En ese sentido éramos muy sólidos”, confiesa el fotógrafo.

Su intención era mostrar una Venezuela que existía aunque no se viese, la que se hacía notar en las paredes. “Nuestro libro no cambió la política, no creo que un trabajo fotográfico pueda hacerlo, a no ser que sea una cosa excepcional, pero sí que fue visible”, recuerda Valladares y sigue siéndolo 42 años después, incluso, al otro lado del charco, en A Coruña.

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