Magnífico programa con dos obras extraordinarias: la sinfonía que el propio Schubert denominó Trágica, una de sus mejores obras; y el concierto de Brahms, una de las mejores partituras para piano y orquesta que ha producido la historia de la música. Para esta obra concertante se contó con un violinista excepcional, Frank Peter Zimmermann que, además, toca un Stradivarius de 1711, cuya sonoridad es de una asombrosa belleza, especialmente en el registro agudo, dulce y luminoso. Claro que el brazo derecho del intérprete tiene mucha responsabilidad en ello. Fue una lástima que eligiese la cadencia de Joachim en lugar de la de Kreisler porque, en mi opinión, ésta es muy superior y se inscribe con mayor fidelidad dentro del espíritu de la obra; y además, porque se da la excepcional circunstancia de que el Stradivarius que toca Zimmermann perteneció al genial violinista austríaco. Zimmermann tocó maravillosamente el difícil concierto y hubo de ofrecer una página de Bach para violín solo a fin de corresponder a las aclamaciones de un público cautivado y entregado.

Estuvo bien la orquesta y Ros la dirigió con general acierto. Es un excelente profesional, serio, solvente y preciso; le falta elegancia y refinamiento y no se muestra demasiado sensible a los refinamientos dinámicos, pero con él no hay sobresaltos ni sorpresas. La Filharmonía respondió muy bien, sobre todo los arcos; más que los vientos, que a veces sonaron un poco desabridos y con demasía en el volumen; sobre todo para la voz delicada del Stradivarius. En Schubert, puede decirse otro tanto: versión correcta, de planificación sonora acertada y aceptable resolución. Fue un precioso concierto. El público se mostró muy generoso en el aplauso.