"¿Por qué nadie habla de Wenceslao Fernández Flórez?", se pregunta el escritor peruano Fernando Iwasaki. "Porque, lamentablemente, parece anteponerse la política a la calidad literaria", responde el director de Ediciones 98, Jesús Blázquez, que se ha propuesto recuperar la obra del escritor coruñés, a su juicio, injustamente olvidada. Ha empezado la tarea con la publicación de Tragedias de la vida vulgar, subtitulado Cuentos tristes, en su opinión, "uno de los mejores libros de relatos del siglo XX", que llevaba 65 años sin publicarse, desde que en 1945 Aguilar lo incluyó en la edición de las obras completas.

Y tiene que ser un escritor peruano con apellido japonés quien reconozca ahora la obra de Wenceslao Fernández Flórez (A Coruña, 1885-Madrid 1964). Fernando Iwasaki (Lima, 19621), el prologuista de esta edición, se extraña de que las obras de WFF figuren sólo en las librerías de lance y no comprende que al escritor no se le honre como "uno de los más brillantes del siglo XX español".

También Blázquez lamenta el "injusto olvido" en que cayó el autor de El bosque animado, que, "a pesar de sus cualidades literarias", dice, "se ha convertido en un escritor maldito por motivos políticos (era conservador)", y trata de subsanarlo.

Tragedias de la vida vulgar reúne una veintena de relatos del escritor coruñés publicados por vez primera en 1922 de distinta índole: dramática, fantástica, mágica y de terror, y con algún matiz humorístico. "Están escritos magistralmente y son de absoluta actualidad", afirma el editor, porque "narran situaciones y preocupaciones imperecederas de seres comunes".

Dos de los relatos incluidos en Tragedias de la vida vulgar -El claro del bosque y La onza de chocolate- "son claramente un antecedente El bosque animado", señala Blázquez de la obra más conocida hoy en día de Fernández Flórez, antes que por razones literarias por haber sido llevada al cine con notable éxito por José Luis Cuerda en 1987.

Blázquez sospecha que gracias al filme de Cuerda El bosque animado quizá es "la única obra viva" del autor, ya que la mayor parte están descatalogadas. Casi todos sus libros llevan sin reeditarse setenta años, desde que Aguilar publicó las obras completas.

De la abundante prosa del humorista -cuyos derechos de autor poseen sus sobrinos, Wenceslao y Antonio Luis Fernández Flórez-, apenas se han reeditado en los últimos años Volvoreta (Cátedra, 1989) y El malvado Carabel (Temas de hoy, 1998), aunque la Diputación de Pontevedra ha sacado casi de forma clandestina un volumen con Artículos selectos (2010).

Ediciones 98 se ha propuesto seguir recuperando obras del escritor coruñés, entre las que baraja De portería a portería (1949), Fantasmas artificiales, una antología de cuentos de 1930 y La casa de la lluvia (1940).

Para Fernando Iwasaki no hay dudas de los méritos literarios de WFF y afirma en el prólogo a estos cuentos que ahora lanza Ediciones 98 que El bosque animado (1943) es la primera novela del realismo mágico, que el mejor libro de crónicas parlamentarias de la historia de España es Impresiones de un hombre de buena fe y que De portería a portería es el mejor libro de fútbol y literatura. "Y conste que sólo he citado lo indiscutible -escribe el peruano- porque nadie más que yo puede pensar que Tragedias de la vida vulgar es el mejor libro español de relatos o que El malvado Carabel (1931) sea la novela española más desternillante".

Iwasaki destaca también la vertiente articulista del escritor -"más cerca de Camba que de González Ruano"-, sus trabajos de prologuista o su vena ensayística. Y, naturalmente, su humorismo, "la sonrisa de una desilusión", como describía el propio WFF, cuyo nombre tendría que estar, a su juicio, unido a los de Camba, Jardiel y Gómez de la Serna.

"Me dirán -concluye Iwasaki tras confesar que pasó de perseguir los siete tomos de En busca del tiempo perdido a reunir los nueve de las obras completas de WFF en Aguilar- que soy un exagerado y que el autor de El hombre que compró un automóvil (1938) está en las mejores colecciones de ediciones críticas, pero quiero pensar que a él le hubiera hecho gracia que un peruano de apellido japonés defendiera su memoria en España".