Holmes & Watson. Madrid days

De José Luis Garci. Con Gary Piquer y José Luis García Pérez.

Cuando algunos amigos y colaboradores le insinuaron que cortara el largo prólogo-secuencia de El abuelo, porque lo consideraban innecesario, Garci se negó. Era su homenaje a Dreyer, y ahí se quedó. Cuando otro colaborador le sugirió que rodara de forma distinta la venganza de Alfredo Landa al final de Luz de domingo, resuelta a la antigua, Garci dijo que nones: era su forma de contar las cosas, y punto. También se mantuvo en sus trece con Tiovivo c. 1950, a la que garcianos poco sospechosos le hubieran quitado algunos personajes para cuadrarla mejor.

Pero Garci la dejó como él la veía, o sentía, y otro tanto ha pasado con este Holmes & Watson que tanta tinta está haciendo correr ya desde la irrupción de uno de los tráilers más sinceros que se recuerdan. Porque en esa herramienta utilizada casi siempre para vender gato por liebre y colar a los espectadores un producto muy distinto a lo que es en realidad, Garci, con o sin su supervisión, daba pistas más que suficientes para saber a lo que atenerse y que nadie se llamara a engaño: un ritmo parsimonioso, una voluntad casi suicida de alejarse de los tópicos del personaje principal (nada que ver tampoco con el horror de Guy Ritchie, que hace de Holmes un fantoche con habilidades de Bruce Lee) y una pertinaz huida de la tensión que pareciera imprescindible en una trama detectivesca. Y es que al director de Volver a empezar le importa más bien poco, o más bien nada, el asunto procedimental del tinglado, y va descaradamente a lo suyo. Garci lleva a los dos personajes a su terreno, que no es otro que un viaje parlanchín en el tiempo (H.G. Wells hubiera sido un buen personaje para sustituir a Holmes) a un Madrid idealizado en la estética (cortesía del asturiano Gil Parrondo, capaz de acuñar duros con cuatro pesetas) y las costumbres, pero que permite a Garci formular algunas tesis sobre los males actuales de España acercándose a sus orígenes en el pasado.

Quizá temiendo que sea su última bala en la recámara, tal como están las cosas en el agonizante cine español, Garci le roba la esencia a un insólito Holmes y a su donjuanesco Watson para poner en boca de sus personajes muchas de sus teorías sobre infinidad de asuntos, amortajadas por un pesimismo que hace de la película un crepuscular y sombrío retrato de un país destripado, rodado con el inconfundible estilo de un director que, a estas alturas, no va a a renunciar a hacer y deshacer lo que le da la real gana, aunque signifique tomar decisiones discutibles que dan munición a sus entusiastas detractores.