Festivales

Primavera Sound Madrid cierra sus jornadas de Arganda demostrando el dominio femenino de la música pop actual

Rosalía fue la reina indiscutible de un día en el que brillaron mujeres de personalidad rotunda como Arlo Parks, St. Vicent o Caroline Polacheck

Rosalía, arrolladora en su actuación en Primavera Sound Madrid.

Rosalía, arrolladora en su actuación en Primavera Sound Madrid. / Kiko Huesca

Jacobo de Arce

Todo el mundo sabía que no iba a ser fácil. Que organizar un festival para 50.000 espectadores diarios a casi 40 kilómetros de Madrid, en medio de la nada, un páramo entre autopistas más propio de una distopía que de la felicidad que se asocia a un evento musical de este tipo, era todo un desafío.

La jornada del viernes empezó razonablemente bien, con un recinto en aparentes buenas condiciones después de lo visto en los días anteriores y un transporte montado por la organización que funcionaba correctamente. Pero la cosa, más allá de lo musical, fue flaqueando a lo largo de la jornada. Atascos en los accesos obligaron a retrasar el concierto de Depeche Mode 45 minutos para que sus fans pudieran llegar a verles. El césped artificial que tapaba el barro comenzó a hacer charcos monumentales a primeras horas de la noche en los escenario pequeños porque no podía empapara tanta agua. Y luego el drama de la vuelta para unos cuantos centenares de personas: a los que optaron por regresar en las lanzaderas “oficiales” una vez terminado el festival a las 6:00h les tocó esperar hasta dos horas para subirse al bus, con el sol ya en lo alto del cielo. Nada nuevo en un cita madrileña, ciudad a la que siempre se le ha dado regular lo de organizar festivales, si recordamos lo que pasó con el Mad Cool y los taxis el año pasado, pero algo que muchos no se habrían esperado de un festival que presume de ser uno de los mejores del mundo y que ya tiene franquicias en un puñado de grandes ciudades del planeta, de Los Ángeles a Buenos Aires.

Las cifras de asistencia que la organización anunció en la tarde del sábado fueron, a pesar de todo, buenas. Cancelada la jornada del jueves por la posibilidad de tormentas, los espectadores en la Ciudad del Rock de Arganda alcanzaron los 90.000: 42.000 en viernes sumados a los 48.000 que se esperaban el sábado en razón de las entradas colocadas. Colocadas, que no vendidas: la organización no quiso contar cuántas de esas entradas habían sido regaladas para conseguir generar una sensación de lleno, y se han escuchado rumores que apuntaban incluso a diez mil. Insistimos, rumores, como los que decían que en las empresas patrocinadoras del festival se había producido una lluvia de invitaciones extra en los días anteriores al arranque del festival.

Lo que estaba claro, más allá de lo empresarial, es que el Primavera es una maquinaria musical perfectamente engrasada, y la programación se iba sucediendo en Arganda sin excesivos problemas, produciendo grandes conciertos y momentos memorables. Al sábado le tocaba ser el día grande del festival, básicamente por uno de sus nombres propios: Rosalía. La catalana es nuestra estrella más global, pero también domina en casa. Lo demostró la inmensa masa que acudió a su concierto el sábado pasado en Barcelona dentro del marco de ese festival espejo con el de Madrid, y volvió a hacerlo en esta ocasión en la capital. A las dos de la mañana, cuando su show arrancaba, no cabía un alfiler en la gran avenida que conduce a los dos principales escenarios del festival. Una abigarrada muchedumbre en la que se veían desde jóvenes motomamis de género fluido a consultores de KPMG de la hinchada dura de Díaz Ayuso.

Su despliegue en el escenario fue, como no podía ser de otra manera, imperial. El show arrancó con el rugido de una moto y se remató con sonidos industriales, pero en medio hubo un concierto de una humanidad inmensa. La escenografía y el vestuario eran de un riguroso blanco y negro, minimalista salvo en las proyecciones, y a la catalana la rodeaban sus habituales bailarines y esa cámara que la persigue sin descanso y que nos enseña cada uno de sus gestos en detalle. No estaba en casa, como en el concierto de Barcelona, pero sabe que Madrid también es terreno conquistado para ella, y así saludó a su audiencia, a la que le recordó lo difícil que es soportar una gira de año y medio como la suya, pero en Madrid, vino a decir, todo es más fácil.

Se ha dicho mil veces, pero hay que repetirlo: lo que ha conseguido esta mujer es prodigioso. Mezclar con esa maestría lo popular con lo experimental, aportarle una personalidad absolutamente genuina, bordar tanto el terreno de la creación como el de la interpretación, con su lado performance incluido… Y todo si caer en el divismo absurdo de tantos artistas. Porque Rosalía resulta cercana, amable, cariñosa incluso con su público. Este le adora, y ella responde con la misma moneda. Abrió el show con Saoko y siguió con Bizcochito: gasolina para que el público entrase al trapo desde el primer momento. No era fácil bailar con la masa tupida de gente que la contemplaba, pero se buscó la forma de sacudirse al son de La Fama, la canción que hizo con The Weeknd, al que volvió a aludir cuando cantó su Blinding Lights. Cantó y bailó flamenco, cedió el micro al público de las primeras filas y se mojó el pelo en una de esas acciones estudiadas que ella consigue que pasen como espontáneas. Cuando se sentó al piano para cantar, ella sola sobre el escenario para cantar Hentai. Ya nadie se acordaba de lo absurdo de la letras, porque lo único que importaba ya era sentir a Rosalía. Luego se bailaría reguetón con La combi Versace y caería también Malamente, para apuntalar un setlist irreprochable y al que el público se entregó con los brazos abiertos.

Girl power

Esta del sábado era una jornada eminentemente femenina en el Primavera Sound, reflejo de una industria donde cada vez más son ellas las que dominan, al menos en lo que toca al terreno artístico. Era un día en el que además no había viejas glorias entre los cabezas de cartel, como lo era el día anterior Depeche Mode, imán para todo una generación de espectadores talludos.

La tarde arrancaba con el divertido experimento que encarnan Domi & JD Beck, jovencísimo dúo de francesa y tejano que recuperan y reinventan el jazz electrónico de los 70 al mando de piano y batería, respectivamente. Con una estética como de Licorize Pizza, parecen los nietos que Herbie Hancok habría querido tener, y en el escenario se lo pasan pipa, como si todavía estuvieran tocando instrumentos de juguete pero reinventando un género que estuvo de moda hace 50 años.

Siempre en los escenarios pequeños, llegó el turno para la gaditana Judeline, una especie de Rosalía pasada por los Caños de Meca, algo más hippy que la catalana, más soñadora en sus letras. “Vamos a acabar viejitos con una casa en Zahara”, dice en la canción que tiene como título esa localidad de la costa de Cádiz. La zona de los escenarios pequeños iba adquiriendo a lo largo de la tarde cierto carácter reivindicativo: Steve Albini, al mando de sus míticos Shellac, la que podríamos denominar la house band del Primavera, reivindicaba el trabajo de los recogedores de chatarra de Chicago a golpe de guitarras casi hardcore, y Villano Antillano, una verdadera bestia de los sonidos urbanos que puso a bailar sin descanso a un público eminentemente joven, hacía lo propio con las mujeres y la comunidad LGTBIQ+, para rematar su show sacando una camiseta de Vinicius, el jugador del Real Madrid que denunció insultos racistas en el campo hace unas semanas.

En el territorio de los escenarios grandes, uno de los platos más interesantes de la jornada empezaba bien temprano. Arlo Parks tiene una voz prodigiosa y atraviesa géneros diversos con la naturalidad de quien pasa del primero al segundo plato. Últimamente le ha dado por reivindicar las guitarras poderosas de los 90, y un día aparece con una camiseta de Sebadoh y otro con una de Rage Against de Machine, como fue el caso este sábado. Su repertorio, con joyas de bedroom pop, con acercamientos al r'n'b y a la música disco y con momentos de guitarras tan contundentes como las de sus admirados Nirvana culminó en el Primavera con una preciosa Softly que el público coreaba mientras acompañaba ondeando las manos.

Arlo Parks, durante su concierto en Primavera Sound Madrid.

Arlo Parks, durante su concierto en Primavera Sound Madrid. / RICARDO RUBIO

Reinventando el pop

A medida que iba cayendo la tarde, se acercaba el turno de las pesos pesados. Mujeres de personalidad torrencial que, más allá de producir canciones que son himnos o piezas de arte, están definiendo una era donde hay que sacar la cabeza muy alto para que a uno (a una) lo puedan distinguir, porque estamos anegados de música. Annie Clark, más conocida como St. Vincent, es uno de los mejores ejemplos. Maestra de un instrumento, la guitarra, que domina como pocos personajes de la escena pop actual, y experimentadora que sabe aliarse con los maestros que también fueron revolucionarios en su época (y lo siguen siendo), como David Byrne, Clark lleva un par de años sin publicar álbum. Pero qué importa eso cuando se tiene un cancionero sólido como el suyo y cuando además sus conciertos tienen un componente escénico que los hace crecer y que envuelven en magia sus artísticos juegos en torno al pop, al rock, al jazz, a la electrónica o a cualquier sonido que se le ponga por medio. Escuchar cómo entona New York, uno de sus clásicos, es siempre emocionante, y más con esas ilustraciones casi naíf de rascacielos que lleva como escenografía.

No había terminado todavía St Vincent y, cosas del darwinismo de los festivales, que obligan a hacer elecciones dolorosas o a correr de un lado para otro picoteando entre los diferentes platos del menú, arrancaba en otro escenario Kelela. La artista de Washington D.C. es pura elegancia musical y estética, y se mueve cómodamente entre los territorios del soul y la electrónica. En Madrid dejó claro su propósito: "Esta es una fiesta de baile con gogós en directo, así que quiero veros bailar". Ella estaba absolutamente sola en medio de un escenario minimalista, con toda la música pregrabada y sin ningún instrumento a la vista, así que esos gogós eran claramente el público. Fue consiguiendo su objetivo a base de canciones en las que dominaba el drum & bass, ese ritmo tan del cambio de siglo que vuelve a estar de moda, pero con Contact, tema estrella de su último disco, muchos ya bailaban como si les hubieran subido a una plataforma.

Caroline Polacheck, durante su concierto.

Caroline Polacheck, durante su concierto. / RICARDO RUBIO / EP

Pero si había esta noche de sábado una artista esperada más allá de Rosalía, esta era Caroline Polacheck, que en los últimos dos años se ha convertido en una especie de suma sacerdotisa de la contemporaneidad musical. Con un pie en el mainstream y otro en la esfera alternativa, Polacheck hace exactamente lo que le da la gana. Lo suyo podría llamarse hyperpop de autor o simplemente pastiche posmoderno, porque en sus canciones pueden sonar desde rumbas y ecos flamencos (como en Sunset, que dedicó a España) hasta alaridos que podrían provenir del más ancestral de los cantos, pero siempre sin perder de vista eso que podríamos denominar "lo moderno". Tiene fans y detractores, pero lo incontestable es la calidad de un espectáculo en el que hipnotizan su abrumadora presencia y una técnica espectacular que le permite llegar a registros de voz inalcanzables a pesar de las constantes carreras y bailes de un lado al otro del escenario. Al público le contó que justo después de su concierto en Barcelona la semana pasada había perdido la vez, pero que milagrosamente la había recuperado este viernes. Fue esa misma voz la que, después de terminar con la bonita So Hot, le permitió gritarle al público: "¡Todos listos para Rosalíaaaa!".

En Calvin Harris cayó la responsabilidad de poner en marcha la discoteca antes de la actuación de la catalana. Fue el telonero perfecto: el que fue reuniendo a la masa delante de los escenarios grandes y preparándola para que después Rosalía volara la cabeza y encogiera los corazones de todo aquel que tenía delante. Quedaban cosas por disfrutar, como la ya legendaria sesión de DJ Coco que desde hace muchos años cierra todos los Primavera Sounds pinchando temas que alguien ha interpretado en el festival mezclados con clásicos. Pero el trabajo importante ya estaba hecho. Ahora solo queda por saber qué pasara con Primavera Sound Madrid el año que viene. En la capital se queda, en Arganda no está tan claro.