Entrevista

Manuel Rivas: "La indiferencia me produce vómitos"

El escritor gallego, que ahora reside en Madrid en condición de abuelo, está a punto de publicar su próximo libro y ha recopilado en otro urgente, por necesario, tres de sus primeras obras, cuento y novela, actualizadas y prologadas para decir aún más alto: “La tierra está en peligro”

El escritor Manuel Rivas.

El escritor Manuel Rivas.

Elena Pita

Está Rivas poeta sentado esta tarde como en un bodegón con café; en La Dársena, último local superviviente de la memoria en el muelle del mismo nombre, A Coruña. Está poeta. Tal vez porque el mensajero le ha perdido las galeradas corregidas a mano de su próximo libro (Trilogía de la tierra, Alfaguara). Se consuela pues con lo que trae bajo el brazo, que son las pruebas de otra próxima publicación (Lo que queda fuera, poesía y ensayo que editará Cuatro Lunas, la hermana pequeña para lectores mayores de la editorial Kalandraka), y de ahí, de su poesía como forma de ser, no hay pregunta alguna que apee al escritor.

Disculpen pues el desordenado orden de la conversación: un juego entre petroglifos, luciérnagas, almeiros, corredoiras: esa literatura suya de la naturaleza, el nature writing del que fue pionero avant la lettre en este rincón atlántico.

Manuel Rivas ha recopilado en un libro urgente (por necesario) tres de sus primeras obras, cuento y novela, actualizadas y prologadas para decir aún más alto: “La tierra está en peligro, Mayday, Mayday”. Por eso recurre más que nunca el significado poético de las palabras: la poesía que limpia el antiguo miedo al abandono, hoy convertido en pánico a quedarse fuera del juego (tecnológico: si desconectas estás muerto).

Palabras hoy contaminadas, ultrajadas, sajadas de significado: me brinda un breve ensayo que antecede al poemario y que lleva por título Por una luciérnaga. La ecología de las palabras en el manuscrito de la tierra. Rivas (A Coruña, 1958), a quien hacíamos lentamente escribiendo en su lugar de adopción, Urroa, Costa da Morte, y que mañana mismo sale para Madrid, el coche cegado de libros, donde ahora reside en condición de abuelo de barrio, solidario y precoz.

P. ¿Era una cuenta pendiente, recuperar sus obras más naturalistas, aunque toda su literatura lo es?

R. Sí, yo no contemplo los libros individualmente, como fincas catastrales, sino como seres vivos en expansión. Son como el petroglifo de los círculos concéntricos, el más característico del arco atlántico, que yo conecto con el Segundo Manifiesto Surrealista, que dice así: “Existe un cierto punto donde se encuentran lo real y lo imaginario, la vida y la muerte, eros y tánatos, para dejar de ser antónimos. Y ese un cierto punto imaginario es la boca de la literatura”. Cuando esta boca se abre, da lugar a personajes de Shakespeare, de Cervantes o Dostoyevski, pero también sucede en el habla popular. Y es en ese punto donde se cruzan el sermo vulgaris y el sermo nobilis donde yo encuentro la literatura que quiero hacer.

P. Han transcurrido más de tres décadas desde que publicara la primera de estas tres obras que hoy recopila (Un millón de vacas, Premio de la Crítica), pero por ellas no ha pasado un solo día. ¿Usted mismo se sorprendió al releerlas? ¿Es así como reconocemos la literatura universal?

R. Soy reacio a la mirada atrás, para mí todo es un círculo concéntrico: los personajes a veces vuelven, son como cuerdas extensibles. Pero hay hoy una necesidad urgente de atender el Mayday de la naturaleza, su grito de socorro o insurgencia: hay una guerra contra ella, un maltrato o sacrificio, quema, extinción de especies, y ésta reacciona. Me gusta hacer el ejercicio de volver a las corredoiras, recorrer esos caminos de los animales por el bosque, que siempre llevan a lugares importantes que tienen una razón de ser. Hoy la mayoría están cegados por zarzas: ¿no será que las plantas también escapan, ejerciendo su libertad?

P. ¿Ese fue su ejercicio?

R. Sí, fue un rescate creativo. Volví a andar esos caminos y encontré otras muchas historias entre línea y línea, de un humor pánico. El humor, cuando no humilla, es una autodefensa y liberación. Como decía Mark Twain, ahora perseguido en las bibliotecas de Estados Unidos por el pensamiento bruto, el verdadero humor está siempre conectado con el dolor. Por eso es esencial la literatura que nace de la escucha, porque limpia el miedo. Las palabras también están asustadas y el lenguaje, intoxicado, cercenado. La literatura es lo contrario al discurso que quiere dominar las mentes a través de ese proceso de adicción que genera el tecnopoder. La gran cháchara, que decía Tabucci. A esto hace referencia Lo que queda fuera: es una reacción al síndrome contemporáneo más común: el miedo a quedarse fuera y perderse algo (fear of missing out, FOMO); fuera de juego, de la novedad, del foco de atención, creado por el tecnopoder para dominarnos. Deberían pagarnos por usar los móviles, y no al contrario.

Las palabras están asustadas y el lenguaje, intoxicado, cercenado. La literatura es lo contrario al discurso que quiere dominar las mentes a través de ese proceso de adicción que genera el tecnopoder

P. ¿Y todo esto ya lo intuía usted a principio de los 90?

R. Incluso antes. Escribía ya con la angustia de ver lo que se estaba gestando. En el 85 escribo MohicaniaA negra terra, y ahí ya está la pulsión frente a la excitación destructiva del pensamiento bruto: la suma de codicia y velocidad, la fórmula del capitalismo impaciente que hoy resume el mundo. En Galicia hay dos lugares psicogeográficos que tienen su origen en la cultura popular y vienen del mundo submarino. Uno es el almeiro (vivar), lugar donde procrean las especies, donde los pulpos, canteros ellos, hacen sus círculos de piedra, a donde llegan los centollos con sus hembras encima del caparazón para que desoven, dejando trazados los caminos en la arena; éste sería el lugar a proteger. Y el contrapunto, a marca do medo, aquellos lugares donde se produjo el esquilme a base de dinamita y otras prácticas destructivas, y que los animales temen tanto que abandonan para siempre. 

P. ¿Qué buscaba?, ¿qué suponía iba a encontrar en su almeiro literario?

R. Saber qué pasó con aquellos personajes, aquellos escenarios, durante este período de guerra. Yo vivo estos libros como almeiros con una dimensión de punkismo, porque ya había una rebelión animal. Los animales de En salvaje compañía son los que hablan y dejan a los humanos fuera; ellos hablan con los muertos, traspasan las fronteras entre el aquén (vida terrenal) y el alén (más allá). Toda la imaginación popular nos lleva a la realidad.

P. ¿Y qué va a pasar cuando todo esto se vacíe, cuando el rural y su milenaria cultura se extingan?

R. Una de las funciones de la literatura es crear lugares frente al des-lugar. Cada libro es un lugar, y una emigración: todos somos emigrantes y toda la literatura es una transmigración. Por eso En salvaje compañía hablan los muertos, los vivos, los animales, todo: sólo la literatura permite ese encuentro, en ese cierto punto, que es un arranque, una búsqueda cuando las demás han fallado: la escritura se debe a un desequilibrio anterior. La literatura existe mientras el lenguaje no pierda la posibilidad de aventura, lo que Rudolf Steiner contraponía a los autoritarismos, que cercenan la capacidad poética del lenguaje, la boca de la verdad.

P. En la primera página del primero de los cuentos, primera de estas tres obras, nos damos de bruces con una de las cuestiones que hoy más debiera preocuparnos: ¿Usted se atrevería a traer hijos al mundo hoy?

R. Releyendo esa historia, que está escrita en el 87, tuve la sensación de estar manteniendo una conversación actual. Creo que sí, que tomaría otra vez la decisión de tener hijos, asumiendo un compromiso desde mi parte de mujer, como cuando escribo. Una de las tareas del hombre hoy es luchar contra la virilidad, que en origen es la condición del guerrero, una palabra cuya deriva ha sido terrible: la pulsión de dominar. Claro que el término compromiso, como el de vanguardia y tantos otros, está denostado. Pero es parte de la tarea ecológica que tenemos: recuperar las palabras que han sido intoxicadas. Como sucedió con las luciérnagas, a las palabras, que tienen su propia luz natural, las están depredando: ya no podemos utilizar el término “sostenible” porque se ha convertido en el paradigma del neocapitalismo; ni “resiliencia”, que tanto usa el Banco Mundial: hay que cambiarla por re-existencia, hasta que también le apliquen el green washing (blanqueo ecológico).

El término compromiso, como el de vanguardia y tantos otros, está denostado. Pero es parte de la tarea ecológica que tenemos: recuperar las palabras que han sido intoxicadas

P. Rivas, ¿fue suya la oportuna iniciativa de esta reedición, donde oportuna no es sinónimo sino casi antónimo de oportunismo?

R. Fue mía, sí, y fue fruto de un entendimiento. Hablando con la editora sobre el natural writing y la revolución literaria de las mujeres gallegas, a mi juicio la más interesante hoy en Europa (anda su hija por ahí metida, Sol Mariño; pero también, Cristina Sánchez Andrade, Yolanda Castaño, Marilar Aleixandre y otras), un almeiro donde ellas escriben de contrabando (de géneros e ideas, de sensibilidad), desde la orilla, abriendo diafragmas; y así llegamos a la conclusión de que es fundamental esa tradición heterodoxa donde hablan las plantas, los animales, el viento, las piedras… un panteísmo literario tremendamente fértil. Y nos preguntamos, ¿hay que proteger la literatura? No, es la literatura la que nos protege, su saber nos avisa.

P. Estábamos en la literatura de la naturaleza y, ¿qué pasó?

R. Pues que por ejemplo Un millón de vacas estaba descatalogado. En lugar de reeditarlos, dada su condición de círculos concéntricos, decidimos reunirlos en un solo volumen en torno a aquello que no estaba bien visto porque: ¿quién hablaba entonces de vacas? Bueno, el millón de vacas estaba ya en Poeta en Nueva York, y Los comedores de patatas es una pintura de Van Gogh de la que él habla en Cartas a Theo, ofreciendo una idea de lo sagrado. Y sumamos En salvaje compañía porque, como escribió Rodríguez Marcos, no nos dio tiempo a leerla en el bachillerato.

P. Seguramente porque requiere tiempo meterse en el alma de los animales y el bosque que habitan, ¿no?

R. Seguro, como los relatos que recojo al final y que forman parte del mismo mundo: la lucha de los animales o Los habitantes de la dificultad. Me fascina que sigan existiendo animales salvajes, cómo será posible, ¿verdad?

P. Dejamos de creernos los amos del universo para, paradójicamente, actuar aún más agresivamente contra la naturaleza a partir de la Primera Revolución Industrial. ¿Cuántas generaciones habrán de pasar para que de una vez entendamos la necesidad del biocentrismo?

R. Se ha avanzado algo en cuanto a toma de conciencia, pero el proceso de destrucción es muy rápido. Fíjate que siempre hemos hablado en tiempo futurible y hoy estamos en pleno Mayday, emergencia. Y cuando veo que se eligen a responsables políticos negacionistas del cambio climático para cargos de medioambiente o del sector agrícola, forestal o marino… Esta gente debería estar inhabilitada, que se sigan riendo en la taberna, pero que no ocupe un cargo.

Cuando veo que se eligen a responsables políticos negacionistas del cambio climático para cargos de medioambiente o del sector agrícola, forestal o marino… Esta gente debería estar inhabilitada

P. Dicen que es un negocio, y no parpadean, mientras sudan tinta a 45 grados...

R. El único negocio que conozco es el suyo, porque mira que a mí me dio mucho negocio el medioambiente… O que se lo digan a las mujeres latinoamericanas, gente de pueblos originarios, siempre los más vulnerables, a los que matan por oponerse al robo de la vida. ¿Dónde está la esperanza? En esa gente que está en primera línea de riesgo apostando la cabeza por el espacio de vida de su comunidad. “O comunidad o caos”, el dilema de Luther King, debería estar ocupando las mentes, y en cambio sólo veo retórica y el insulto de colocar en puestos de mando a esos negacionistas, que para mí ejercen una forma de criminalidad y autoritarismo, creando terror semántico y estupor, humillando. Como sucede con la igualdad. Debería existir un tribunal internacional para juzgar los ecocidios y este carisma incívico. Pero en esta desesperanza de quienes arriesgan su vida, se esconde también la esperanza. Lo que en absoluto vale es la indiferencia: eso me produce vómitos.

P. ¿Está la juventud más polarizada que antes frente a estos asuntos capitales: negacionistas y comprometidos?

R. Sí, pero tienen más voz los que ejercen el terror semántico: son como esas motos de explosión que todo el mundo mira cuando pasan. Sin embargo, creo que hay un sentido común mayoritario en la gente joven, una sensibilidad en torno a la ecología y el feminismo, que son los grandes enemigos, las bestias negras del pensamiento bruto, porque es lo que amenaza su sistema.

P. Rivas, ¿cuán importante es el oído en un narrador?

R. Es la primera herramienta: escuchar. Es ahí donde está la boca de la literatura, que la encuentras en los lugares más imprevisibles. La gente es portadora de historias, es muy importante escuchar a los desconocidos. Cuando alguien te cuenta, si estás disponible te descubre tu parte de oscuridad. Pobre es el que no tiene oscuridad alguna, ese secreto que hay que preservar y no exponer, porque lo matas, y es un manantial para la creación.

P. Y ¿qué significan en su universo las vagalumes o luciérnagas?

R. Hay un dicho mexicano de un pueblo originario que dice: con una luciérnaga puedes atravesar la noche. Esa ánima es más importante que una multinacional: no pide nada, te regala su luz. Esa luz, que es erótica y les sirve para atraerse entre ellas, produce un efecto: no puedes dejar de mirarla sin pensar en el universo; es la mejor forma de ver el universo, y es su luz la más pequeña habida.

P. ¿Y qué hay de las mariposas de la noche y “esa luz inaccesible contra la que una y otra vez queman sus alas”? ¿Qué refiere esta imagen?

R. Es una forma de luchar contra la luz en la noche para ver la oscuridad en el día. Esa persistencia giratoria es la forma que tiene la literatura de ver el mundo, que lucha contra la luz porque quiere ver las zonas de sombra. Y luego hay luces que ciegan, lo sabemos, y que matan.

Manuel Rivas

Alfaguara

480 páginas

20,90 euros

Publicación el 2 de noviembre