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‘El Chava’, el ciclista inolvidable

Hace veinte años fallecía uno de los corredores que más pasiones han despertado

‘El Chava’ Jiménez, en el Pla de Beret durante la Vuelta a España de 1999. |  // EFE/MONDELO

‘El Chava’ Jiménez, en el Pla de Beret durante la Vuelta a España de 1999. | // EFE/MONDELO / sergi lópez-egea

sergi lópez-egea

Es imposible olvidar a José María Jiménez. En el día de la Constitución de 2003, con apenas 31 años, hace ahora 20 y todavía con muchos kilómetros en las piernas, pero no en la cabeza, falleció El Chava en Madrid. Apenas dos meses y medio más tarde, el 14 de febrero de 2004, murió Marco Pantani, El Pirata, en Rímini. Sintonizaron en su buena trayectoria como corredores por haber sido los mejores escaladores de finales del siglo pasado. Coincidieron, en las aguas turbulentas del ciclismo, en que ambos entraron en las tinieblas de este deporte en la época de gurús como Eufemiano Fuentes y acabaron sumergidos en el terrible charco de las drogas. Murieron por la misma causa y con los mismos efectos; el corredor castellano, en una clínica madrileña; y el italiano, en un hotel de triste estructura.

El Chava, 20 años después de su muerte, sigue siendo admirado. Amigo de toreros como José Tomás, y hasta de algún ilustre futbolista contemporáneo, reunió todos los parámetros para ser distinguido como un deportista de época. Fue el que levantó a los aficionados de los sofás y los despertó de las siestas con ataques de postín: nadie osaba seguirlo. A Miguel Induráin, cuando ya apuntaba a la retirada, se le abrían los ojos admirado por su joven pupilo abulense.

Pero también fue capaz de provocar grandes decepciones, pero no fueron de odio sino también de entrega —en eso solo Mikel Landa lo ha igualado dos décadas después— para que fuera tan ídolo en lo bueno como en la malo.

Jamás traicionó a nadie, capaz de presentarse a una entrevista en el Parador de Segovia, a la hora pactada durante la Vuelta a España, pero sufriendo el periodista por el tremendo olor a chorizo de su aliento, el que había devorado en su habitación mientras otros compañeros ciclistas le daban a la papilla o a los cereales. Fue único en su especie con una leyenda que va mucho más allá del tercer y quinto puesto en La Vuelta y de la octava posición en el Tour.

Sin ninguna duda, la Vuelta de 1998 fue su mejor carrera, enfrascado en un combate con su compañero de equipo Abraham Olano, vencedor en Madrid, que fue más allá del duelo en las carreteras y que llenó páginas de diarios y horas de radio. “¡Moved el árbol que el Manzano va maduro!”. Manzano, en alusión al segundo apellido de Olano, fue un grito que escuchó el pelotón a pocos días de acabar aquella Vuelta cuando Jiménez reclamaba acción sabiendo que su jefe de filas en el Banesto sufría en las últimas etapas de la carrera.

Llegó tercero y subió al podio de la Castellana. Al día siguiente hubo fiesta en su pueblo, quizás el más ciclista del mundo, El Barraco, de donde eran también Ángel Arroyo (tercero en el Tour de 1983) y Carlos Sastre, ganador de la ronda francesa de 2008, aparte de ser cuñado de El Chava, apodo que Jiménez siempre escribía con uve, aunque viniese de chabacano. “Así lo hemos puesto toda la vida en mi familia, y porque me da la gana”, era su explicación. Había que respetarlo, a hacer puñetas la Real Academia de la Lengua Castellana, y todos a ponerlo con uve.

Ganó la Volta de 2000 y en la de 1999 se le recuerda cabreado con el periodista que escribió que no iba a correr el Tour. “¿Y tú cómo lo sabes? Te apuesto lo que quieras a que iré al Tour”. Se cruzó una apuesta: el que perdiera, pagaría una caña al vencedor en la salida de Salamanca de la Vuelta de aquel año. El Chava no fue al Tour y El Chava se pagó una cerveza en el hotel del Banesto de la capital salmantina; eso sí, en aquella ocasión solo tomó un café con leche.

José Tomás fue a verlo a la etapa reina del Tour de 1998, la ronda francesa más terrible y mísera de la historia, marcada por el dopaje, los registros policiales, retiradas de equipos y hasta por arrestos. El 27 de julio (se había retrasado el Tour por culpa del Mundial de fútbol que se jugó en Francia con victoria de los bleus) se partió de Grenoble, bajo la lluvia, para llegar a la estación alpina de Les Deux Alpes.

El Chava saludó y abrazó a su amigo torero que hizo la etapa acompañando a Unzué en el coche del Banesto. Y acto seguido, se fue hacia los coches del Mercatone Uno ya que quería hablar con Pantani, porque deseaba saber los planes de El Pirata. En buenas palabras el ciclista italiano le dijo que él iba a por la etapa, que tenía preparado algo grande y que si podía, que lo siguiera. De salida ya vio que no iba a poder obsequiar a su amigo torero y que era mejor ver desde la barrera la exhibición de Pantani, que atacó a Ullrich, de amarillo, para comenzar a ganar el Tour del caos y las pastillas.

Hace 20 años se apagó la luz de El Chava. Azucena, su viuda, siguió amándolo y recordándolo, y riendo las ocurrencias, como cuando quemó un BMW que había recogido en Andorra tras la Volta de 1999. Al llegar a Ávila se equivocó de combustible y el motor quedó para el arrastre. Así era El Chava, que corrió demasiado deprisa y que el 6 de febrero próximo cumpliría 53 años.