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La pelota no se mancha

Paradoja blanquiazul

El fútbol no es una ciencia exacta ni los goles sus variables. En las malas, todo depende de lo que se prolongue esa punzada en el corazón. Reordenamiento vital

Paradoja blanquiazul

El fútbol no es una ciencia exacta ni los goles sus variables. En las malas, todo depende de lo que se prolongue esa punzada en el corazón. Reordenamiento vital. El tiempo que la desazón perdure, mientras el pulverizado puzle empieza de nuevo a cobrar forma. Y en esto anda el Dépor con Balaídos pisándole los talones. Solo quien las recibe sabe lo que aturden ocho bofetadas. Duelen y avergüenzan más la falta de reacción y el dejarse ir tras el 4-1 que el daño físico. Tocado y casi hundido. La confusión y el dolor lo invaden todo. Pero la perspectiva es una buena compañera de viaje. Sonará a paradójico pero el Dépor ofrece mejores síntomas que hace tres semanas. Tan cierto como raro. El gol de Isaac Cuenca ante el Rayo lo tamizó todo pero aquel equipo largo, sin fichajes ni equilibrio y que no daba tres pases seguidos era más preocupante. La única diferencia fue quién estaba enfrente. Sí, ahora los adjetivos y el dolor se agolpan. Y es muy duro ver un ocho en el marcador cuando las hazañas recientes aún te alimentan y cuando lo histórico llegó a ser cotidiano. En días así conviene recordar (y ojalá próximamente se pueda parafrasear) a un rotundo Manolo Preciado en la sala de prensa de Riazor. "Ni antes cuando perdimos 6-1 y 7-1 con el Barça y el Madrid éramos la última mierda que cagó Pilatos ni ahora somos el Bayer Leverkusen. No, somos el Sporting".

Un sonrojante fallo de un extraviado Lux y 174 millones (94 de CR7 y 80 de James) marcaron la primera parte. Todos los goles de la historia han nacido de errores. Eso es irrefutable. Sidnei pudo estorbar algo más al portugués en el salto, Isaac Cuenca incomodar el centro de Arbeloa y Juanfran o Álex puntear el disparo del colombiano. Pero en esos tantos hay más de chequera y virtuosismo ajeno que de fallos propios. El Dépor no hizo faltas y tampoco las necesitó para competir con el Madrid durante 65 minutos. Es cierto que los blancos estuvieron cómodos pero también que solo hicieron daño en fogonazos de genialidad. Aun así, en ese tramo de partido las miradas acusadoras se volvieron hacia la retaguardia cuando las decepciones llegaron de dos futbolistas ofensivos llamados a ser capitales y a los que les falta lo mismo: claridad mental. A Cuenca para ahorrarse conducciones y mirar a portería (tampoco le vendría mal un poco más de sacrificio en las ayudas) y a Fariña para desequilibrar con y sin balón y regatear donde debe.

La segunda parte y los cambios rejuvenecieron al Dépor. El Madrid se personó desactivado, llegó el gol, Juan Domínguez rescató la pelota, Fariña sabía dónde hacer daño y Cavaleiro dio más salida que un desaparecido Hélder Postiga. Hasta Ancelotti tuvo que reaccionar con Illarramendi para recuperar el centro del campo. Acierto de un Víctor que se enrocó en defender su valentía en la sala de prensa. Inexplicable y, sobre todo, extraño. El Dépor estuvo lejos de cualquier temeridad y su única valentía puede achacársele a ser realista en el planteamiento inicial y no tener pájaros en la cabeza. Nunca es fácil explicar una goleada así pero no le hacía falta emprender ese camino para justificarla. Y cuando el 2-3 no era una quimera se precipitó el desastre y el despiporre vergonzoso. Álex, una de las razones de la mejoría blanquiazul junto a Medunjanin, falló en la salida de balón del cuarto y Diakité lo hizo bueno en el quinto. Ahí sí se echó de menos rascar, que no se hiciese patente esa inconsistencia, que las estadísticas no se anclasen en las ocho faltas, que los pasadores blancos no estuviesen tan liberados y que el francés estuviese más atento al tirar la línea. Es complicado encajar mentalmente un castigo tan desproporcionado (22 tiros del Madrid en Riazor y 21 del Atlético en el Calderón en el 2-2 frente al Celta), pero competir con dignidad es lo mínimo y lo que pasó en esa media hora merece cualquier calificativo y enfado blanquiazul. Ya bastante han aguantado.

Aun así, lejos de hacer patente el cabreo, Riazor optó por ponerse del lado de su equipo. A cualquier deportivista le hierve la sangre por la aberración vista sobre el césped. Es humano. Pero cada uno lo vive a su manera. La reacción de la grada fue un acto reflejo en defensa de su dignidad ante la autodestrucción de esta Liga (la verdadera golpeada con este resultado) y ante el modelo avasallador, impregnado de malos modos y casi bursátil del Real Madrid. Una reafirmación. Pobres pero honrados y honestos. Y también fue un mensaje a Vigo. El Celta podrá estar mucho mejor pero el deportivismo irá humilde, aunque no con la cabeza gacha, a Balaídos. Lo dieron tantas veces por muerto y solo estaba de parranda. Con todo perdido, el derbi empezó a jugarse el sábado en la grada de Riazor.

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