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La pelota no se mancha

El Dépor, una cuestión de relato e identidad

El Dépor, una cuestión de relato e identidad

De tanto vivir de arrebato en arrebato el deportivismo parece descolocado ante el hábito ganador, ante la normalidad triunfante. Este proyecto tiene justo lo que le faltaba a las últimas proyecciones ideadas desde la plaza de Pontevedra: grupo, seguridades, equipo, futuro, entrenador, solidez... Es muy terapéutico para el aficionado medio ver a un conjunto que solo ha perdido una vez en toda la temporada, que manda, que compite, que es grande en la categoría y que por primera vez en años sabe a dónde va. La realidad es mucho mejor de lo que cualquiera podría imaginar a estas alturas, pero también cuentan el proceso, cómo se percibe. El Dépor hoy, en la jornada 18 y cuando asoma el final de la primera vuelta, suma 35 puntos, dos más que los de José Luis Oltra y Fernando Vázquez. Nadie le discute su capacidad para ser un martillo pilón, para tener una constancia irreal desde 2011 a orillas de Riazor. Pero un equipo es una historia, muchas veces de superación. Los dos últimos blanquiazules que acabaron en Primera División lo pasaron mal, muy mal, a su manera. Construyeron un relato en el que se levantaron de sus cenizas. Uno desde la presión asfixiante y las críticas por no responder a las expectativas y otro directamente desde haber convivido un 31 de julio con una posible desaparición. Cayeron, sufrieron y se volvieron a poner en pie. En cambio, este Dépor empezó tan bien... pero ni cae al fango ni rompe a arrasar futbolística y emocionalmente. Le falta redondear su historia, contarla bien, incluir a su gente, que tengan la impresión de que son necesarios, de que el equipo los necesita. ¿Por qué la asistencia a Riazor no termina de remontar a pesar de las meritorias cifras de socios? ¿O es que la grada, tras años instalada en el drama y en el precipicio, no está preparada para una dinámica gradual y con los sobresaltos justos? En 2012 y 2014 los regresos se vivieron como una catarsis y esos procesos purificadores despiertan al máximo las emociones. El Dépor aún busca su punto de inflexión.

De mano de hierro a mano suelta. El partido ante el Zaragoza, a pesar de todas las debilidades mañas, evidenció una tendencia de las últimas semanas que ya es imposible de ocultar: el Dépor ha perdido consistencia en el centro del campo. No domina el duelo con la pelota ni posicionalmente desde el rombo. Ni para atacar ni para defender con el balón. Quien más ha crecido en las últimas semanas y que ahora mismo es el único y gran activo en esa zona es Edu Expósito. Da fútbol, funciona arriba y abajo; cada día abarca más campo. Una de las razones de ese bajón es Vicente Gómez. Llegó imperial, se ha diluido tras la lesión. Ni Álex ni Mosquera son capaces de afianzarse en la posición de ancla y Didier Moreno y Krohn-Dehli son, por ahora, opciones fallidas. Uno por su falta de adaptación al fútbol europeo, el otro porque afronta el ocaso de su carrera. Era una de las posiciones mimadas de la planificación. De hecho, el equipo empezó de maravilla en Riazor sometiendo y minimizando a rivales como Granada y Sporting y todo venía de lo que proyectaba su medular. A día de hoy es una zona del campo en la que debe meditar si mueve el árbol en el mercado de invierno. Carmelo tiene menos de quince días para pensárselo.

Un polo de deporte

El Dépor dio ayer un paso más para reconciliarse con su historia. Hace dos años fue la recuperación de su equipo femenino para hacer justicia y para darle la mano a ese grupo de pioneras que fue el Karbo. Hoy es el acuerdo con el Liceo. El equipo coruñés empieza a resucitar a sus secciones, esas que tuvieron medio siglo de media vida y que se fueron en 1992. Hasta en once disciplinas compitieron blanquiazules. Desde hoy podrá empezar a dejar de mirar con envidia a los países de su alrededor, en los que los clubes son polos omnipresentes de actividad deportiva. A Coruña nunca ha carecido de oferta, ahora empieza a tenerla bajo el manto de uno de sus referentes. Bienvenido. El Dépor recupera el hockey sobre patines de una manera muy especial. No parte de cero. Es innegable la pegada deportivista en la modalidad cuando participó en 1942 en el primer partido que se jugó de este deporte en la ciudad. Durante casi cuarenta años hubo ruido de sticks en torno a Riazor. En sus últimos tiempos ya convivió con el Liceo. Ahora se unen y lo acoge. El movimiento desde la perspectiva blanquiazul es incuestionable. Solo le queda en este proceso de integración ser impecable en la preservación de la identidad de un club que no es un cualquiera. Ser Dépor, pero nunca dejar de ser Liceo. Ahí está el punto.

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