El negocio de los Cervigón, conocidos por su empresa de importación y transformación de maderas nobles, nació con el primero de una saga de comerciantes inquietos que desde sus inicios apostó por la diversificación empresarial. José Cervigón Zas tenía varios establecimientos comerciales cuando en 1857 se convirtió en un pequeño accionista del Banco de La Coruña y ejerció como prestamista ocasional. Pero fue su hijo Eduardo, casado con la hija del propietario de una de las fábricas de salazón más importantes de A Coruña, quien redimensionó el negocio tras integrarse en la sociedad que gestionaba su suegro, José Presas.

Eduardo Marcelino Cervigón Aldao participó en el negocio familiar -que junto a las fábricas de salazón de carne y pescado, financió además varios estudios de viabilidad para unir A Coruña y Valladolid por Ferrocarril- hasta su liquidación, en 1858, y obtuvo de ella un capital de 160.000 pesetas con el que montó su propio negocio. Cervigón Fernández y Cía invirtió buena parte de su capital en la fábrica de vidrio La Protegida, que en su sede de la calle de La Torre elaboraba vidrio verde hueco para botellas. El cristal era un negocio próspero en aquel momento de desarrollo urbano, y A Coruña contaba con diversas fábricas, entre ellas, La Protegida, que acabó en manos de otra sociedad, Esperanza Coruñesa.

Eduardo y su hermano Esteban se hicieron cargo en 1860 de la casa mercantil de sus padres que, según su objeto social, "libra, acepta, endosa y negocia letras de cambio, pagarés, importa y exporta efectos por la Aduana Nacional, compra y vende género al contado o a plazos, realiza protestas, fletamentos...". Esteban falleció prematuramente 18 años después de entrar en el negocio familiar y Eduardo asumió el poder en solitario. Cervigón Aldao era todo un emprendedor que visitaba las exposiciones universales, entregado al negocio industrial. En una de las expediciones conoció el alambre y se lanzó a fabricar clavos de hierro y puntas de París, una innovación en Galicia, donde las puntas eran entonces de forja o madera.

La fábrica de puntas fue instalada en la calle Real, el mismo local que en 1870 acogió una carpintería, una ferretería y sirvió de sede de un negocio dedicado a importar maderas del extranjero y a vender petróleo, una energía cuyo uso estaba entonces en plena expansión. Eduardo Cervigón tenía ya por entonces el aserradero de maderas con máquina de vapor que ocupaba 10.000 metros cuadrados de la calle Socorro (hoy Juan Canalejo) que años después se convertiría en la sede del imperio de los Cervigón. Eduardo aplicó al solar de la calle Socorro la misma versatilidad que al de la fábrica de puntas de la calle Real y en el verano abría una pequeña casa de baños con 7 pilas de mármol y vestuarios para hombres y mujeres para completar la oferta de las más populares La Salud, La Primitiva, La Perfecta y El Parrote, todas ellas enfrente a Riazor.

El afán de hacer crecer su negocio llevó a Eduardo Cervigón a comprar el antiguo convento de San Francisco y su iglesia con el objetivo de convertirlo en una refinería para la que las autoridades nunca le dieron permiso. Pero el negocio de refino Cervigón abrió sus puertas en torno a 1890 en Cambre. La fortuna que su propietario acumuló en estos años le permitieron ejercer como prestamista ocasional y como inversor inmobiliario y, entre otras joyas, adquirió el solar sobre el que años después se levantaría el Banco Pastor, en el Cantón Pequeño, y parte de los terrenos de Padrón que hoy acogen la fundación Camilo José Cela.

Los Cervigón iniciaron el siglo XX con un relevo generacional al frente del negocio. Los hijos de Eduardo Marcelino, Arturo y Emilio Cervigón Carreras crearon Hijos de Eduardo M. Cervigón y modernizaron el aserradero, que ya mecanizado, continuó con el negocio de compra-venta de maderas y derivados. Los herederos de Eduardo se centraron en el negocio y usaron los solares heredados para crear talleres y tiendas de muebles.

La empresa vendía madera para la construcción, para hacer traviesas del ferrocarril y elaborar cajas de fruta y de conservas. En los años 30 la industria de la transformación de la madera se convirtió en una de las más importantes de Galicia. Emilio Cervigón Carreras murió antes de este auge y fueron sus hijos mayores, Emilio y Ricardo Cervigón Guerra, quienes continuaron el negocio con la sociedad Hijos de Emilio Cervigón Carreras, que en los años 20 fue viento en popa y vivió sucesivas ampliaciones de capital.

La empresa continuó con la elaboración de los envases industriales y también abastecía al mercado local de tablones, vigas y tableros para la construcción, pero se especializó en la fabricación de muebles, tanto corrientes como de lujo -como los del salón de plenos del Ayuntamiento coruñés-. A esta sección, los Cervigón dedicaban maderas nobles, importadas de Cuba, Brasil o Filipinas y exponían sus creaciones en una tienda de la calle Real y en dos sucursales abiertas en Madrid y León.

Este momento de expansión se vio truncado por un devastador incendio que el 13 de noviembre de 1928 marcó el principio del fin del imperio Cervigón. Los hermanos Cervigón Guerra tuvieron que endeudarse para relanzar la actividad en un momento de huelgas y conflictos que diezmaron los resultados empresariales.

Los años treinta, tras la gran depresión, limitaron las exportaciones de conservas, que arrastraron al sector maderero y los Cervigón, que aún no se habían recuperado del incendio, acumularon un amplio volumen de deudas y se vieron obligados a recortar gastos para obtener liquidez. La Guerra Civil les sorprendió en un momento durísimo, pero la empresa sobrevivió y encaró una modernización en plena posguerra que elevó el nivel de endeudamiento hasta un 80% de su activo. La autarquía impidió a la familia continuar importando maderas y el negocio de los muebles de lujo sufrió continuas paralizaciones hasta que en 1947 Ricardo y Emilio Cervigón Guerra liquidaron la sociedad y crearon sendas empresas de maderas en el mismo local social de la calle Socorro. Emilio emprendió una aventura que no consiguió sobreponerse al difícil momento económico que había vivido años atrás, mientras que su hermano aprovechó la mejor dotación de maquinaria para elaborar tableros y chapas de madera, pero volvió a los orígenes familiares y decidió diversificar el negocio con la venta de productos como alfombras, cuero o lámparas y lo mantuvo con cierta prosperidad hasta que otro incendio, en 1971, fulminó definitivamente la fábrica y negocios de los Cervigón.

Alonso, Luis; Lindoso, Elvira; Vilar, Margarita. 'Construyendo empresas. La trayectoria de los emprendedores coruñeses en perspectiva histórica'