Caramelo ha llegado a sus 40 años amenazada de muerte. La empresa que la familia de José Antonio Caramelo parió en el número 26 de la calle Juan Castro Mosquera se enfrenta a su momento más crítico en medio de una crisis mundial sin precedentes que sin embargo no ha hecho más que agravar una enfermedad que esta criatura incuba desde hace seis años. Aquella creación, alimentada año tras año con el esfuerzo de varios cientos de trabajadores, vivía con 34 primaveras su mejor momento. Desde el 103 de la calle Gambrinus, Caramelo daba de comer en 2003 a más de 800 familias y vendía casi un millón de prendas por año en un mercado que reconocía el saber hacer y la calidad de una empresa familiar, con más de 30 años de trayectoria que competía sin complejos con los astros de la moda. "En todas las tiendas multimarca de España, Caramelo era un modelo a seguir en calidad, en atención al cliente y en servicio; era la mejor empresa de España y en poco tiempo pasó del 10 al cero", explica uno de sus comerciales.

La perita en dulce del textil coruñés, que vende un producto de alta gama en 27 países, se ha vuelto amarga y amenaza con atragantarse para siempre en la historia económica de la ciudad.

María Mata Quintela, Marisa para las trabajadoras de Caramelo, fue de las pioneras. Corría el año 1970 y la asociación comercial de José Antonio Caramelo, su sobrino Javier Cañás y Luis Gestal llevaba un año en el mercado. José Antonio Caramelo y cía. fue el germen del grupo textil que hoy está en manos de un poderoso inversor curtido en el mundo de la construcción.

Allí comenzó con 16 años Marisa: "Éramos tres chicas y aquello era un taller de confección pequeñito". Marina Garce, esposa de Luis Gestal, fue la maestra de aquellas adolescentes que entraron con contrato de aprendiz. La dictadura tocaba a su fin, pero todavía no estaban reconocidos muchos de los derechos que hoy se dan por supuestos a cualquier trabajador, y el textil era -y es- un sector muy precario. "Con la de sudor y lágrimas que derramamos aquellos años? -se lamenta Marisa- Hacías 100 horas extra y te pagaban 20 y cuando íbamos a reclamar nos poníamos rojas de la vergüenza . Y ahora quieren echarlas a todas con una indemnización miserable". Ella empezó como planchadora y pegando entretelas de las gabardinas Antilluvia, el primer producto que comercializó Caramelo. "Hacíamos 2 o 3 al día", rememora.

De aquella época es también Mariló Román, que con 55 años se enfrenta al despido tras 37 de servicio como confeccionista. Ella fue una de las muchas empleadas que en los setenta incumplieron la norma de mascar chicle mientras cosían. "Nos hacían abrir la boca para ver si teníamos chicle y siempre lo escondíamos, hasta que un día me pillaron". Y lo pagó caro: 550 pesetas de multa. "Éramos niñas, nos reíamos de cualquier cosa y hoy tendremos nuestras rencillas, pero hemos pasado tantas juntas?", llora.

Teresa González Varela, más conocida en Caramelo como Marité, también entró en la empresa hace 30 años y como tantas otras estuvo un año sin ser dada de alta en la Seguridad Social. "Desde que entré me dejaron claro que tenía que colocar 18 cremalleras por hora y daba igual si tenías que ir al baño, eran 18 por hora sí o sí". Y es que la producción en el textil siempre ha estado cronometrada, y Caramelo no fue una excepción. "Había una jefa que controlaba la producción y si te veía ir al baño, miraba el reloj", explica Pilar Servia, otra de las veteranas. Hoy todavía existe ese puesto, pero las máquinas de la fábrica ya se saben los nombres de las empleadas y en una pantalla las saludan cada mañana para empezar a contabilizar su producción.

El dúo Caramelo Gestal pronto comprendió la necesidad de ampliar el negocio y a las gabardinas antilluvia añadieron en 1971 la confección de pantalones de la marca Tommy Harrods, las cazadoras Chelton y las camisas Yale. El crecimiento del negocio se cubrió con la apertura de nuevos bajos en la misma calle Juan Castro Mosquera hasta que sumaron 5 locales distintos en los que se distribuía la producción. Las trabajadoras de Caramelo cosían la misma ropa que se probaba sobre sus cuerpos; lo hacían todo. María Teresa Doeijo, con 35 años de antigüedad en la sección de vivando -colocación de bolsillos-, recuerda cómo sus jefes exigían cada vez mejores tiempos: "Empecé colocando 20 bolsillos por hora y subí a 22, luego a 24, a 27 y al llegar a 30 me planté".

Traslado a A Grela

La dirección de producción recaía sobre el matrimonio Gestal Garce, mientras que Caramelo y su sobrino Cañás se encargaban de la gestión comercial y de colocar el producto en el mercado. José Antonio Caramelo y cía. crecía a buen ritmo y los bajos de la Falperra estaban a tope, así que los tres socios optaron por construir una nave para agrupar en un mismo edificio la fabricación de prendas y las oficinas de la firma. Arrancó así la edificación de la nave que hasta hace tres años elaboraba el 90% la producción de Caramelo.

Pilar Servia recuerda el día que las llevaron por primera vez al edificio, a principios de los 80: "Nos llevaron en un autobús hasta la nave; no había nada alrededor, pensé que íbamos de excursión", expone. Ella fue la presidenta del comité de empresa por Comisiones Obreras durante décadas, hasta que la CIG se hizo con la mayoría en la representación sindical. Su actual presidenta, Isabel Muiño, fue de hecho la única trabajadora que reclamó por vía judicial el ascenso de categoría, un "privilegio" que a decir de las empleadas sólo se concedió a las "dóciles" que se dejaron querer por la dirección. "La mayoría son ahora cargos intermedios que cobran unos 7.000 euros al mes, y no están en la lista" de la regulación laboral, expone Muiño.

Mariló Román recuerda que José Antonio Caramelo se quejaba antes del traslado al filo de los 80: "Nos dijo: 'Nos van a llevar a la cárcel, estamos endeudados y nos tenéis que ayudar'. Trabajábamos sin descanso, hicimos horas extra gratis para levantar la empresa". "La firma vivió muchas crisis y nunca hizo falta un despido", añade una de sus compañeras.

La época dorada de Caramelo arrancó en 1984 cuando el nombre de la empresa se convirtió en su marca para las colecciones de caballero y mujer. Sus dueños seleccionaban las tiendas a las que enviaban sus creaciones y las prendas se convirtieron en un bien exclusivo. Los 120 trabajadores que en un principio se trasladaron a A Grela se multiplicaron año a año hasta rozar los 900 sólo en la nave. "Caramelo iba en canoa, era una máquina de hacer dinero", detallan sus empleadas. Así fue durante mediados de los ochenta y noventa, época en la que Caramelo se posicionó en el mercado nacional e internacional.

La presente década ha marcado el inicio del fin de un grupo textil que soñó el cuento de la lechera y se topa ahora con la cruda realidad. Aunque los trabajadores también recuerdan las sombras de la etapa anterior, como la contabilidad paralela que Manuel Jove eliminó o los excesos. Juan Enrique Fiaño, un empleado de administración que también creció con la empresa, reconoce que la mitad de su sueldo lo recibía fuera de la nómina y que muchas de las horas extra se remuneraban por la misma vía.

La muerte de José Antonio Caramelo situó a sus hijos al frente de su parte del negocio y comenzaron los problemas entre Javier Cañás y el resto de sus socios. " Me fui porque tenía una idea de empresa y cuando vi que mis socios querían cambiar las cosas decidí que era mejor irme", explicó el diseñador en una entrevista con LA OPINIÓN. La plantilla reconoce hoy la importancia de Cañás en la buena marcha de la empresa. "Era el único que sabía cómo funcionaba este negocio", comenta Fiaño, a quien asienten todos los demás.

La marcha de Cañás abrió la puerta a un proceso de profesionalización que resultó nefasto. Entre los nombres de los que los empleados tienen peor recuerdo está José Manuel Rodríguez, bajo cuyo mandato como director general Caramelo adquirió Antonio Pernas y se transformó en grupo. Tampoco tiene buena fama su sucesor, Jacobo García Anduiza. "Dijo que ésta era la nave de la ilusión y que quien no estuviese contenta podía bajarse en la próxima estación", recuerda Isabel Muiño. Idea suya fue desprenderse de todo el mobiliario y de telas, botones, cremalleras y hasta las estanterías en que se guardaban. "Se tiraron millones en perchas", añade Fiaño. El equipo que pretendía profesionalizar la gestión de una empresa familiar fue nefasto para la buena salud del grupo. Obra de este equipo directivo -al que pertenecía la actual responsable de Recursos Humanos, María Piñeiro- fue la decisión de deslocalizar la producción a China. "Rehacíamos la ropa de arriba abajo y hubo incluso alguna vez que llegó con gusanos y pulgas. Hubo una plaga tremenda, tuvieron que desparasitar la fábrica y algunas compañeras sufrieron picaduras", recuerda Beatriz Sánchez.

Las trabajadoras reconocen que Manuel Jove, principal accionista desde noviembre, no hundió la empresa, aunque advierten de que sabía "perfectamente" dónde se metía, y están convencidas de que acabará por cerrar Caramelo con o sin ERE. "La lista no tiene sentido. Se queda la gente que cobra más pero no la más capacitada ni la que más trabaja", denuncian. Y de todo lo que han sufrido en los últimos tiempos, lo que más reprochan los empleados de Caramelo es que nadie les fuese sincero. "El actual director nos dijo en diciembre que si presentaban un ERE, dimitía y ahí sigue. De haber sabido esto, me habría buscado la vida, pero nos mintieron, nos tomaron el pelo", lamenta otro. Reclaman la vuelta al sistema que funcionaba y dirigir la nave, aunque sea sin ilusión, a un puerto firme para que Caramelo sobreviva y muera, si ha de morir, con más de 80.