Desubicada y desclasada. Así se sentía Rosalía Mera. O así creía que la veían los demás. Por eso, cansada de ser interpretada por los otros, llamó en cierta ocasión al escritor Suso de Toro para que le hiciese una entrevista. Quería dejar claro quién era realmente: una mujer libre e independiente que tuvo que aprender a convivir con el hecho de ser multimillonaria tratando de no renunciar a sus orígenes humildes, después de sortear duras pruebas familiares.

La entrevista, la única de carácter personal que concedió a un medio de comunicación escrito la mujer más rica de España, se publicó en El País pero, lamentablemente, hoy no hay rastro de ella en internet. Fue en 2004, y la empresaria y mecenas coruñesa entraba en los sesenta.

"Fue idea suya y contó lo que ella quería contar", dice Suso de Toro, que la recuerda como una mujer voluntariosa, fuerte y muy inteligente que "quería ser dueña de su propia vida" y en ese momento "tenía necesidad de decir su propia verdad", pero sin caer en el exhibicionismo.

El camino de Rosi, como era llamada, para convertirse en Rosalía Mera no fue fácil. Recibió un golpe durísimo al nacer su único hijo varón, Marcos, con parálisis cerebral. Otro momento aciago fue la separación de su marido, Amancio Ortega, al que había ligado su proyecto vital y laboral más veinte años antes.

Pero afrontó esos acontecimientos con coraje y determinación. Dejó el trabajo en Zara, se dedicó por entero a su hijo, creó luego la Fundación Paideia y se metió de lleno en la senda de la introspección y del conocimiento para buscar en las profundidades su yo y reconstruirse y reinterpretarse como mujer.

La búsqueda de identidad marca esta época de Rosalía, en la que decide estudiar Magisterio, se interesa por la cultura y descubre el psicoanálisis, a cuya terapia se sometería durante años. Surge entonces su particular feminismo, su reivindicación de la autonomía de la mujer frente a las exigencias que plantea la pareja.

Se lo contaba a Iñaki Gabilondo hace un año en una conversación en Canal Plus, donde hablaba de su tarea diaria de "rehacerse", de conocerse a sí misma y de "la ficción del amor".

"Somos poco exigentes con la pareja en eso de plegarnos a las exigencias del varón", señalaba, y lamentaba el papel habitual de la mujer que, a fuerza de "secundar los deseos y los proyectos" del marido, y con la crianza de los hijos, se va "diluyendo" y reduciendo a "poquita cosa".

Convertirse en la mujer más rica del país tampoco estuvo exento de dificultades para Rosalía Mera, que casi se vio por azar, de la noche a la mañana, convertida en multimillonaria, como consecuencia de la salida a Bolsa de Inditex.

Por la cabeza de la mujer que había crecido en el barrio del Matadero no pasaba la idea de entrar en el círculo de la sociedad financiera española y, mucho menos, en el mundo de la prensa del corazón. Así que debía fabricarse un perfil propio, en el que su origen y su conciencia progresista y solidaria fuese compatible con su nuevo estatus. Debía, pues, aprender a gestionar el hecho de ser rica y, debía enseñar a vivir en esa ética a su hija Sandra, psicóloga de formación, de cuyo "sentido común" decía sentirse orgullosa, y también a sus nietos.

A menudo se la veía rodeada de pedagogos, escritores, psiquiatras, psicólogos, filósofos, biólogos, arquitectos, músicos o artistas, a los que invitaba a dar cursos o conferencias en la Fundación Paideia.

Se paseaba tranquilamente por las calles de A Coruña y frecuentaba bares de tapeo, acudía a conciertos o se mezclaba entre comparsas de carnaval, pero era capaz de establecer al mismo tiempo un invisible cordón sanitario que impedía a los desconocidos osar acercarse.

Disfrutaba con la comida y la bebida y era amiga de la conversación y la discusión entre amigos, aunque confesaba que no tenía demasiados. La moda, como cae de cajón, le entusiasmaba, y le atraía la ropa singular e incluso llamativa: "Yo no quiero ser convencional", decía.

Y estaba su permanente obsesión, Marcos, el niño de sus ojos, que le obligaba a permanecer vigilante: "Es una obligación para mí, un deber incluso, estar físicamente bien porque tengo que estar con él el máximo de tiempo posible". Ese tiempo se acabó el pasado jueves, el día en que murió Rosalía.