La llamada Constitución de los Océanos (1982), por la que los Estados ribereños se aseguraron el dominio de 200 millas mar adentro, forzó a la industria gallega a un movimiento que, en cierto modo, vive ahora una reedición. Entonces los reabanderamientos, las filiales y sociedades mixtas permitieron al sector, que había hecho en esa década una fuerte inversión en renovación de flota, operar con garantías, ganar capacidad en origen y abastecer a una industria transformadora en ciernes.

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