En realidad la crisis económica no sólo no se ha producido todavía en España sino que ni tan siquiera cabe postularla aún en Europa, pese a que al crecimiento de la UE en 2019 está siendo el menor desde la salida de la crisis, en 2013 „como dijo el FMI el día 6„, y a que el área monetaria avanza a la mitad de velocidad que la economía española. Por lo mismo, tampoco cabe predicarla de la economía mundial, cuyo crecimiento para este año (3%, frente al 3,6% de 2018) va a ser el más lento desde 2009, según pronosticó la OCDE el 19 de septiembre y ratificó el FMI el 15 de octubre.

El conjunto de las grandes áreas económicas mundiales había progresado en 2017 de forma armonizada, pero a mediados de 2018 la tendencia se dio la vuelta y se pasó „según expresión del FMI el año pasado„ del "crecimiento sincronizado" a la "ralentización sincronizada", en la que todos los países tractores perdieron impulso de modo simultáneo, retroalimentándose entre sí con grave daño para el conjunto.

Causas. Por una vez, parece existir unanimidad plena en los analistas y los organismos internacionales sobre las causas más determinantes: las políticas de los conservadores estadounidenses en defensa del proteccionismo, la guerra comercial y las batallas arancelarias, y la de los conservadores británicos propugnando la salida de su país de la UE sin descartar (ahora ya parece más difícil) el Brexit sin acuerdo. Todo ello ha erosionado la confianza y las expectativas, y ha generado una cascada de impactos multilaterales. Los ataques de Trump a China (además de a la UE y otras áreas y países) ha supuesto que la gran economía asiática.

Las hostilidades comerciales con China (que venía aportando más de la mitad del crecimiento mundial en el último decenio) llevaron a este país en el pasado trimestre a incurrir en su menor tasa de avance del PIB en 27 años. Donald Trump se felicitó por ello y se atribuyó el mérito del frenazo del gigante asiático el 15 de julio. Pero para entonces el efecto regresivo ya se había expandido a Alemania y a otros países exportadores de la UE al mercado chino, así como al conjunto de la siderurgia europea, al comercio mundial „con la desorganización de las cadenas globales de valor„ y a Australia y América Latina, grandes proveedores de materias primas a Pekín. La grave inestabilidad socio-política que viven hoy diversos países de Hispanoamérica no es ajena al efecto empobrecedor de las menores ventas a Asia como catalizador del malestar social. Y España está muy expuesta a la UE (destino del 72% de los bienes que comercializamos fuera) y a Latinoamérica.

Previsiones. Con todo, las previsiones de los organismos nacionales e internacionales están muy lejos de ser catastróficos para España. Incluso el reciente "hachazo" de cuatro décimas de un golpe que hizo la Comisión Europea (CE) el día 7 a su predicciones para la economía española carece del dramatismo con el que se ha transmitido. La mitad del recorte (dos décimas) es un efecto estadístico, según avisó la propia CE (lo mismo le ocurrió al Banco de España el 24 de septiembre), para adaptarse al Instituto Nacional de Estadística (INE), que el 16 de septiembre revisó su serie histórica de crecimientos anuales desde 1995. Y las otras dos décimas de recorte no son tanto un empeoramiento del pronóstico cuanto una rectificación del error que cometió la CE en julio cuando, dejándose llevar por el entusiasmo, aumentó en dos décimas su previsión para España pese a que mantuvo inalterada su proyección para Europa. Ahora da marcha a atrás a su exceso de optimismo de entonces.

Para 2020 FMI, CE, Banco de España y el Gobierno proyectan crecimientos para España (salvo imprevistos internos o externos) de entre el 1,5% y el 1,8%, por debajo por lo tanto del 1,9% a 2,2% pronosticados para 2019 pero aún ligeramente por encima del potencial de la economía española, estimado por el Banco de España en el 1,5%, hacia el que ha de converger el PIB.

Tendencia y penaltis. Esta nueva desaceleración forma parte de la serie tendencial que viene protagonizado la economía española desde 2015: entre ese año y la moción de censura de 2018 el crecimiento español cayó a la mitad: el trimestral bajó del 1,1% al 0,5% y el interanual, del 4,2% al 2,2%. El Gobierno de Rajoy, que se mantuvo en el cargo hasta el 1 de junio de 2018, ya había comunicado a Bruselas el 28 de abril de ese año que la economía española seguiría ralentizándose entre 2019 y 2021, con una merma estimada de ocho décimas respecto a 2017.

Entonces aún faltaban varios meses para que se produjese el inicio de la desaceleración global (un factor adicional sobrevenido poco después) y ni tan siquiera estaba actuando, como sí ocurre ahora, el discurso constante de los presagios de crisis y los anuncios de una lentificarían que entonces se omitió y ahora se dramatiza. Esta insistencia „y en ocasiones exageración„ en que el crecimiento se aminora contribuye a erosionar las bases de la confianza (un material muy sensible y vulnerable) de los consumidores y de los inversores, y en materializar aquello que se anuncia. Es lo que se denomina la profecía autocumplida, que desde 1928 desarrollaron sociólogos como William Thomas y Robert Merton, y el economista Keynes con su concepto de "espíritus animales".

Este factor tiene enorme trascendencia, como alertó el consejero delegado de Bankia el día 28 en Madrid al reclamar a los medios y a los políticos que "no se autogenere una sensación de que esto va tan mal" y De Guindos en Sevilla el día 7 demandando que "no se sea catastrofista".

Las crisis, como los penaltis, deben ser prevenidas anticipadamente para intentar evitarlas pero sólo se pueden pitar una vez que se han producido. Y de momento, y mientras los datos no cambien, lo que hay es una economía que desacelera y que sin embargo crece. Como dijo Galileo Galilei, aferrándose a los datos incontestables y no a las percepciones y falsas creencias, "y sin embargo se mueve".