Este tranvía de llamativo color amarillo no es el mismo que en Lisboa recorre el trayecto que va de la céntrica Plaza do Comércio hasta los alrededores de la torre de Belém. Ni tampoco uno de los viejos modelos restaurados que en San Francisco llevan a los turistas que quieren recorrer la ciudad por sus famosas calles empinadas. Este tranvía es, simplemente, una víctima más de una Corporación municipal que proyectó todo tipo de insensateces durante los 23 años que ocupó el palacio de María Pita. Un buen día, al prócer que la mangoneaba a su antojo, se le ocurrió resucitar el viejo tranvía aprovechando que esa clase de transporte, más limpio y ecológico, volvía a las calles de muchas ciudades en Europa y de otras partes del mundo civilizado. Por supuesto, no tenía el prócer intención alguna de desarrollar el proyecto hasta sus últimas consecuencias, ni que los beneficiarios del mismo fueran una mayoría de ciudadanos, pero tampoco se cortó un pelo (el tupé del prócer tiene la consistencia del acero toledano) al prometer que el pequeño tramo que se iba a poner en marcha de inicio se iría ampliando paulatinamente hasta convertirse en un anticipo de un futuro metro ligero que pudiera prestar servicio a todo el concejo y alrededores."Ya hemos horadado demasiadas calles y plazas para construir aparcamientos subterráneos privados -debió de pensar-, ya hemos saturado esta pequeña urbe de automóviles y de zonas azules, y ahora necesitamos en la superficie un elemento decorativo que sirva de entretenimiento a los turistas y de tema de conversación a los vecinos". Dicho y hecho. El Ayuntamiento compró una flotilla de viejos tranvías, los restauró amorosamente, les construyó unas amplias cocheras para albergarlos, e inició el tendido de vías a lo largo de un paseo marítimo que en su tramo más largo lleva (por pura casualidad) el nombre del añorado prócer. El entretenimiento duró catorce años (mejor dicho catorce veranos, porque el resto de las estaciones se suprimía el servicio) y al cabo de ellos, tras un descarrilamiento espectacular y de la constatación de que las vías estaban deterioradas en varios puntos del recorrido, la nueva Corporación municipal lo suspendió sine die. Por lo que se va sabiendo, la aventura de este peculiar tren-chuchú resultó escandalosamente deficitaria. No importa, esa factura la paga el pueblo.