Escribió Frederick Law Olmsted (1822-1903), periodista y diseñador del Central Park y del Prospect Park —New York—, que solo las ciudades vivas podían hacer felices a sus habitantes. Olmsted sostenía que una ciudad viva debía cumplir con tres características: dar prioridad a su relación con la naturaleza; estar preparada a toda hora para recibir visitantes; y, como su más destacado atributo, disponer de energías para crecer. La frase “una ciudad viva está permanentemente ocupada en el bienestar de las próximas generaciones” resume su pensamiento.

Si aplicamos los parámetros de Olmsted a A Coruña, ratificaremos lo que todo coruñés tiene en su corazón: que la ciudad lleva consigo un gran potencial. El Atlántico es, a un mismo tiempo, su naturaleza y su cotidianidad, el océano por el que llegan y se marchan satisfechos muchos visitantes, y uno de los horizontes económicos fundamentales para mirar hacia el siglo XXI. El espíritu de la ciudad, seamos o no conscientes de ello, está marcado por la imponente presencia del Atlántico.

Nuestro tiempo es de enormes complejidades y grandes expectativas. Sobre las ciudades, sean del tamaño que sean, no importa en qué punto del mapa se encuentren, planean realidades que no pueden eludirse, y que deben ocupar a todos aquellos que se sienten responsables por el bienestar presente y futuro de sus habitantes. Mencionaré solo tres de esas complejidades: los efectos del cambio climático, cada día más contundentes y amenazantes; los nuevos parámetros para los intercambios humanos que han sido determinados por la pandemia del COVID-19, y las exigencias derivadas de la Cuarta Revolución Industrial. En el caso de A Coruña y de España, hay un elemento adicional, que no puedo dejar de mencionar, que es la tendencia al declive demográfico, cuyos posibles efectos amenazan, incluso, a la sostenibilidad del sistema de Seguridad Social.

Los cuatro mencionados, y otros, son factores a considerar si se quiere pensar en una posible proyección de A Coruña hacia el 2041. En las próximas dos décadas, esta ciudad podría convertirse en un centro de desarrollo de nuevas tecnologías, que sea referencia en toda la zona noreste de España. La Ciudad de las TIC, que han puesto en marcha el Clúster TIC de Galicia y la Universidade da Coruña, pone sobre la mesa la alta comprensión que hay de la relevancia que tienen y tendrán las tecnologías digitales en la gestión de la economía y las instituciones.

Restauración del mural de Lugrís financiada por Abanca. Roller Agencia

La proyección de A Coruña como ciudad para el turismo —con sus abundantes atributos históricos, arquitectónicos, urbanísticos y gastronómicos—, y como centro para el ingreso y egreso de mercancías, sugieren que la expansión del Puerto de A Coruña será una de las claves que definirá el futuro de una ciudad, que podría proyectarse como un gran núcleo de servicios comerciales, tecnológicos, educativos y turísticos.

El domingo cinco de septiembre, en las páginas de este diario, se publicó un reportaje que resumía las respuestas de veinte jóvenes ahora en sus 20 años, a quienes se pidió “reflexionar sobre su generación, su futuro y el futuro de la ciudad”. La lectura del material me resultó estimulante y reveladora. En medio de la diversidad de criterios, aparecen allí algunos puntos de vista que se repiten: una visión favorable de A Coruña; una energía dispuesta al crecimiento, y una voz que reclama oportunidades para ellos, que es como decir, oportunidades para la ciudad y la provincia.

Hay un deber con A Coruña, y ese no es otro que asegurar que toda decisión que comprometa su proyección hacia los próximos años, debe estar guiada por la meta de la sostenibilidad. Una A Coruña Sostenible: esas palabras dibujan la ruta que deberíamos seguir, con la mejor voluntad y disciplina posible. Si así ocurriera, la economía de la región podría dar un salto positivo; el atractivo de la ciudad alcanzaría una mayor visibilidad en España y Europa; la capacidad de atraer inversiones iría al alza, y hasta es probable que esta hermosa y viva ciudad pueda convertirse en el lugar escogido por los jóvenes para fundar una familia y atenuar, en alguna medida, el riesgo del invierno demográfico que inquieta a planificadores y a quienes entienden lo que esto podría significar en as próximas décadas.