Posibilidad 1: usted no sabe quién es Barney Stinson, el personaje de Cómo conocí a vuestra madre. No siga leyendo esta columna en este momento. Por mucho que me esfuerce no podré hacerle entender de qué tipo de individuo voy a hablar hoy. Recorte la hoja de papel y guárdela en un lugar seguro, seco y alejado de temperaturas extremas hasta que haya podido ver diez o doce capítulos de la serie. Posibilidad 2: usted sí sabe quién es Barney Stinson, el personaje de Cómo conocí a vuestra madre, bien porque ya lo sabía desde que comenzó a leer la columna, o bien porque al comenzar a leerla usted no lo sabía, recortó la columna, la guardó en un lugar seguro, seco y alejado de temperaturas extremas, y ha pasado semanas viendo sin parar capítulos de dicha serie. Sea como fuere, no siga leyendo esta columna. Sabe usted perfectamente igual que yo que no hay forma de escribir nada que haga justicia al mejor personaje de comedia creado en nuestro siglo. (Quisiera pedir disculpas a los lectores que recortaron esta columna, la guardaron durante semanas en un lugar seguro, seco y alejado de temperaturas extremas, y descubren que tampoco deben leerla ahora. En cualquier caso, seguro que el haberles hecho descubrir a Barney les compensa de cualquier incomodidad que les haya podido provocar esta columna).

Pues eso, que estoy dedicando una columna a un asunto sobre el que no tiene sentido escribir una columna. Los astrónomos tienen dificultades para percibir planetas de otros sistemas solares porque el brillo de sus respectivas estrellas anula por completo sus imágenes. La presencia de Barney en pantalla no sólo eclipsa a Marshall, Ted, Lilly y Robin, sino que hace que desaparezcan todas las series que la Fox emite en un radio de dos o tres horas. Si usted conoce Cómo conocí a vuestra madre, sabrá que me quedo corto. Si usted no conoce Cómo conocí a vuestra madre, creerá que exagero. En este último caso, créame, necesita usted conseguir rápidamente la serie y guardarla en un lugar seguro, seco y alejado de temperaturas extremas.