. s como si hace tiempo un tipo se hubiera enfrentado a un conductor temerario que iba haciendo eses por la M-40 con más del triple del máximo permitido de alcohol en sangre, y por interponerse para evitar un accidente muy gordo, fuera atropellado con saña, quedando en coma y sufriendo unas secuelas terribles. Es como si, entonces, todos (las teles las primeras) nos hubiéramos puesto de acuerdo para subirlo a un pedestal y hasta se le hubiera nombrado presidente del Consejo Asesor del Observatorio Regional contra la Conducción Temeraria de la Comunidad de Madrid. Y es como si, por último, todos volviéramos a ponernos de acuerdo (las teles las primeras) para condenar al tipo al saber que había sido sorprendido abalanzándose con un garrote sobre una mujer indefensa y encima dijera que no tenía por qué dimitir, que no había hecho nada inmoral ni ilegal, que le hacía gracia la sentencia del juez que le condenaba por maltratador.

O sea, que da igual el canal que sintonices: la misma unanimidad que alcanzaron primero todos los programas de televisión haciendo de Jesús Neira un héroe, se logra ahora haciendo de él ahora un villano. Todo puede someterse a discusión menos la oscilante doble naturaleza ondulatoria y corpuscular de Neira. Y tanto consenso, en otras ocasiones sospechoso, tiene esta vez la capacidad de contar con la aprobación del espectador y, si se me permite, de la crítica.

Pero la conclusión a la que podemos llegar viendo cómo coinciden los telediarios y los magacines informativos no es que la fortaleza moral humana es débil o que el juicio social es voluble, sino que por fin parece que tenemos claros algunos principios (lo repugnante del maltrato, lo deleznable de la conducción temeraria del macarra hortera que va a toda hostia por la carretera) que por desgracia hasta hace muy poco la sociedad no tenía tan claros. "Hago lo que quiero, es mi mujer" nos hace hoy la misma gracia que "¿Y quién le ha dicho a usted que quiero que conduzca por mí?". Mejor así.