Sálvame nos ha traído la desgracia y nos ha hecho perder medio millón de horas de nuestro tiempo, se ha reído de estas pérdidas, se ha burlado de lo que ganamos viendo otros programas contagiando la tele entera con sus chismes y mezquindades, ha despreciado nuestro criterio, ha desbaratado nuestra televisión en abierto, ha alejado a nuestros amigos hacia cadenas minoritarias, ha alentado a nuestros enemigos, y ¿por qué motivo? No soy telespectador de las gilichorradas de Sálvame? ¿Acaso no tiene ojos un telespectador que no ve Sálvame? ¿No tiene un telespectador que no ve Sálvame manos y órganos, medidas, sentidos, afectos y pasiones? ¿No se alimenta de la misma comida, se hiere con las mismas armas, está expuesto a las mismas enfermedades, se cura con los mismos medios, se acalora y se enfría en los mismos inviernos y veranos que un telespectador que ve Sálvame?

Si nos picáis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos hacéis mal, ¿no vamos a criticaros? Si somos como los telespectadores de Sálvame en lo demás, nos pareceremos en esto también? Si Sálvame hace mal a uno de sus telespectadores, ¿cuál es la humillación que sufre el programa? La crítica que transmite la Defensora de la Audiencia, María Teresa Campos, leyendo sus quejas como comenzó a hacer anteayer en directo a los responsables del desaguisado. Y si Sálvame hace mal a un telespectador que no ve Sálvame, ¿cuál debería ser entonces su sufrimiento según el ejemplo anterior? Sí, crítica: la crítica que también debería transmitir la Defensora de la Audiencia, María Teresa Campos, leyendo a los culpables del desastre los lamentos, los sufrimientos y los daños que provocan. La crítica que nos enseñasteis el pasado jueves la llevaremos a cabo y será dura, quizá supere a nuestros maestros.