Hay que preguntarlo ya. Águila roja monta sus números sobre un caballo blanco. Vale. ¿Pero dónde está la cuadra del caballo, quién la ha visto, o es que el caballo no tiene cuadra? Y más. ¿Quién lo cuida, quién le echa la paja el grano, quién le pone la montura antes de que el aguilucho lo monte para salir escopeteado en busca del mal? Otra cosa nos tiene muy preocupados. ¿Se imaginan a lo que olerá la chupa de cuero con clavos punki que no se ha quitado ni una sola vez el malvado comisario en su puta vida? ¿Será por eso que Francis Lorenzo a veces, muchas veces, se le va la pinza y no hay dios que lo entienda? Aún hay más. David Janer es el maestro de escuela, el aguilucho. ¿Quién lo controla, cuántos días trabaja a la semana? ¿Es que allí no hay plan de estudios? ¿Por qué siempre son los mismos alumnos, no hay nuevos nacimientos? Sigamos.

¿Por qué Nuño, el hijo de la marquesa, se salió de la escuela sin decir ni adiós? ¿Es que su madre no se preocupa de su educación, es que hubo recortes y se quitaron de encima a los hijos tarugos de las familias adineradas? ¿Por qué jamás, pero jamás jamás, se ha visto a Satur, el criado del maestro, el escudero de Águila roja, ir a la tienda a por velas, y eso que se encienden a espuertas? ¿Por qué la incorporación de Mónica Cruz en la trama es un cero a la izquierda? ¿Por qué en la cocina de la marquesa siempre están las criadas cortando verduras, que nadie cocina luego? Y lo más inquietante, lo que necesita una explicación urgente, ¿por qué a Catalina, el personaje de Pepa Aniorte, le suben las tetas más, mucho más, que al de Miryam Gallego, Catalina, la marquesa? Y una última cuestión. ¿Qué tendrá debajo de sus faldas el orondo cardenal Mendoza? Que lo enseñe.