Una isla enorme que es un continente y un continente que es un país. En Australia solo se puede vivir, y se puede vivir muy bien, en las zonas costeras del este y del sur. El resto es una colección de feroz tierra de nadie. Las ficciones han imaginado ese páramo poblado por salvajes apocalípticos como los de Mad Max, rudos bebedores de cerveza y en suma, gente muy poco sofisticada estilo Cocodrilo Dundee. Y, claro, puede que el paisaje no sea especialmente acogedor —aunque sí abrumadoramente bello—, pero eso no ha impedido que los australianos suelan ser buena gente que en nada sueltan la lágrima cuando les cantan el Waltzing Mathilda, su himno oficioso.

Por eso quizá la serie Upright, que puede verse en Filmin, explique mejor que nada la resiliencia frente a su arisca geografía de estos habitantes de las antípodas. Es una serie modesta con un gran encanto que sigue el viaje desde Sídney hasta Perth de un músico (el actor, músico y guionista de la serie Tim Minchin) que arrastra por las carreteras australianas un piano vertical (el upright del título), camino al lecho de su madre moribunda, y una adolescente atrevida y deslenguada que ha escapado de casa (la prodigiosa Millie Alcock, que acaba de rodar La casa del dragón”, esperadísima precuela de Juego de tronos.

Obligados a entenderse

Es nuevamente, la vieja fórmula de opuestos obligados a entenderse que funciona aquí gracias al carisma de sus actores. Y la utilización del paisaje también tiene otras lecturas. Por un lado, la simbólica: después de tragar tanto polvo, acaba con un purificador baño en el mar, metáfora sobre el camino recorrido hasta alcanzar la transformación.

La road movie sigue la costa sur en coche durante 4.000 kilómetros adentrándose en el llamado Outback, es decir, el interior inhóspito que encierra, dicen, la esencia del país. Esa extensión que los turistas no olvidan en su ruta y que los australianos urbanitas quizá no vayan a pisar nunca.

El trayecto pasa por Adelaida y cruza lugares como la ciudad de Quorn, la cadena montañosa de Flinders Rangers, la llanura de Nullarbor, que los australianos consideran semidesértica aunque se hace difícil imaginar algo más árido que aquello, los acantilados de Bunda y continúa por los campos auríferos que rodean Kalgoorlie, un pueblo minero donde todavía siguen trabajando los buscadores de oro. De hecho, muchos de ellos se sumaron al rodaje de la producción como extras.

Las ‘Big Things’

No falta en el periplo una cita con las Big Things, unas esculturas de alambre y fibra de vidrio que harían las delicias de los ninotaires valencianos y que los australianos han colocado en las carreteras de todo el país como reclamo de esos poco prometedores restaurantes que suelen llamar muy gráficamente comer y vomitar. Hay más de 150 y turistas y locales se dedican a visitarlos y coleccionarlos.

A los protagonistas de esta peculiar producción les hace muy felices pasar junto al Big Galah, reproducción gigantesca de un ave local, aunque como escribe el más guasón de los viajeros, Bill Bryson, sean como “piezas de atrezo abandonadas de una película de terror de los años 50”.