La mesa era tan amplia que permitía varias conversaciones al tiempo. Mientras dialogaba con un antiguo colega sobre labores periodísticas, escuché de otros comensales vecinos una cifra que me hizo aguzar el oído, y tras pedir la necesaria aclaración lo que saqué en claro es que la sangría del desempleo en nuestro país no cesa. Lo comentado por uno de los empresarios es que su firma, dedicada a la previsión de riesgos laborables, había perdido en un año 3.000 clientes; en otras palabras, que 3.000 empresas se habían ido al tacho. De entrada me pareció una enormidad, mas cuando aclaró que maneja un bagaje de 95.000 entidades, entonces se me escapó un suspiro de alivio pues calculé que sólo era alrededor de un 3%, y que no era para tanto. Debió de ser tal mi gesto, como si se tratase de una minucia, que mi informante corrigió mi apreciación aclarándome que eso supone -cuantificó unos 10 asalariados por empresa- unas 30.000 personas a la calle. Fue entonces cuando empecé a hacerme una idea más exacta del desastre económico que nos zarandea, pues esto que anoto hace referencia sólo a este sector que comentábamos. ¿Qué no ocurrirá en el conjunto del país? Y para remachar la impresión del desastre añadió: -Que sepas que cada día en este país se van al traste unos 500 autónomos al menos pues son los que dejan de cotizar. ¿Y cuántos pufos deja cada uno? -Esto no es un desastre, es una hecatombe económica, sentenció el empresario.