Feíta Neira en sus conversaciones con Mauro Pareja le manifestaba que tiene un adorador ferviente y perdido, el compañero socialista Ramón Sobrado. Le confiesa que lo encontró el domingo. La saludó, le preguntó qué hacía y hablando juntos más de una hora. Le pareció un ilustrado, hablándole de Proudhón y diciéndole que el Evangelio es socialismo puro.

Ella le contó sus ideas y él le refirió sus penas por el abandono en que don Baltasar Sobrado, su padre, había dejado a su madre, teniendo él que aprender un oficio para ayudarla. Hablaron con tal confianza como si toda la vida se hubiesen conocido, cayéndole él a ella muy simpático, y ella a él muy en gracia, de tal forma que el compañero socialista Ramón se meterá en los portales para poder verla pasar.

Mauro Pareja, preocupado y celoso pensando en Feíta, recibe la visita de Primo Cova en su domicilio de la casa de huéspedes, quien le manifiesta: "Las Neiras, en esta temporada, están de beneficio, hay muchas historias en esa casa. Su padre anda malucho. Las hijas conseguirán muy pronto echarle a la sepultura. A Feíta, la dejan por cosa perdida. Además, esta semana don Benicio Neira hipotecó más lugares por necesidad contra su voluntad. Es un infeliz. Está deseando que don Baltasar Sobrado le pida a María Rosa en matrimonio porque le deja dinero en réditos y le facilita trapos a la hija que tanto le gustan".

Si alguien hace dos meses le hubiese preguntado al solterón Mauro Pareja por una mujer imposible, le hubiera respondido que esa es Feíta Neira, porque sus condiciones físicas y morales, su genio, sus lecturas y sus botas le parecía todo los contrario al tipo de mujer que le pudiera atraer. Pero de pronto, sin causa que explique su cambio, se encuentra celoso y casi prendado de Feíta Neira, porque ni es una beldad, ni menos posee la ciencia del tocado y del adorno, ni de la palabra y del gesto, ni del mirar y del reír, en que las mujeres fundan su avasallador dominio.

Feíta Neira se había convertido en una mujer nueva, distinta de la mujer que reinaba en la sociedad burguesa de Marineda, para la que su conducta era chocante e inconveniente para ser maestra de primeras letras. Comentaban la vergüenza que tendrán su padre y hermanas.

Feíta Neira destacaba porque pensaba en los libros, mientras las demás pensaban en adornos. Salía a la calle sin compañía, cuando las demás la necesitaban para la cosa más mínima. Ganaba dinero con su honrado trabajo, cuando las demás vivían a cuenta de sus padres. No se turbaba al hablar con los hombres, mientras las demás hablaban con prevención y desconfianza.

Todo esto que al principio le pareció a Mauro Pareja reprobable, irrisorio y cómico, dio en figurársele como un valor alto y sublime, merecedor de admiración y aplauso. Sin embargo, no estaba seguro de los valores que Feíta Neira representaba. Intentaba alejarse de ella, se refugia en la Pecera, pero en esta situación experimenta un estado moral de descontento, inquietud, fastidio y tedio mortal, propio de la sensibilidad humana reprimida y del corazón que necesita amar y sufrir sintiendo el deseo de saber de ella.

Mauro Pareja, por un lado, oía hablar en la Pecera que las hijas de don Benicio Neira recibían bromas picantes y que las rechazaban con ese punto de afectación y reserva. Oía discutir a los socios sobre la boda de don Baltasar Sobrado con María Rosa. Por otro lado, recordaba la simpatía que había despertado en Feíta Neira el compañero socialista Ramón Sobrado. Pensaba en el encargo que don Benicio Neira le había encomendado sobre un informe sobre él, y en el comentario que el gobernador Luis Mejía le había hecho en la Pecera sobre que alguien debía informar al compañero Ramón Sobrado de que se moderase y dejara en paz a don Baltasar Sobrado, sino encontraría la orna de su zapato.

Mauro Pareja ansiaba obsesionado hablar con el compañero socialista Ramón Sobrado, al que, además, consideraba su rival. A las siete de la tarde, lo encuentra en el Café América, un recinto mal oliente, oscuro y angosto, que frecuentaba la gente del muelle, y a donde él venía a descansar, a exaltarse con los periódicos y tomarse una taza de vino. Tenía veintisiete años, con rasgos de su padre, don Baltasar Sobrado, pero su parecido era de su madre, Amparo, la famosa cigarrera de la Fábrica de Tabacos de Marineda, protagonista de la novela La Tribuna.

El compañero socialista Ramón Sobrado era moreno, con facciones expresivas que tenían alma. Su bigote era chico, descubría una boca fresca y unos dientes blancos, su pelo rizado caía sobre su lisa frente y sus ojos, algo tristes, despedían fuego cuando hablaba. En suma, el presunto rival de Mauro Pareja había salido guapo e interesante como el vulgo cree que salen siempre los hijos del amor. Era pintado el mozo para ocupar la mente de Feíta Neira, como ella ocupaba la mente de Mauro Pareja. Cuando Mauro Pareja le tiende la mano para saludarlo, Ramón Sobrado duda y retrocede con aptitud tosca y glacial, pero al fin, venciéndose, le alarga la diestra que, a su vez, estaba fría. Mauro Pareja le advierte que no trate solemnizar el primero de mayo, ni organice huelgas, mítines y números extraordinarios de periódicos, y se entere cómo acostumbra a proceder el actual gobernador en estos casos.

El compañero Ramón Sobrado le contesta: "Al decirme usted de que no perturbe el orden, lo que usted me aconseja es que no quite el ensueño a don Baltasar Sobrado y a su futuro suegro don Benicio Neira. Lamento haber escrito cartas anónimas que hablaban de venganza, justicia y muerte contra mi padre Baltasar Sobrado".

Cuando las escribí, dice: "Me encontraba ofuscado, medio loco, porque tuve un arrebato al enterarme de la conducta de mi padre con mi madre Amparo. Ella al conocer la voluntad de mi padre Baltasar Sobrado de querer casarse con María Rosa, me reveló ciertas cosas, que nunca me había contado".

Mi primera idea, sigue: "Era vengarme, que saltasen todos por el aire y que Judas los llevase a todos al infierno. A puntapiés me destestó el pícaro mundo, a puntapiés me empujaría a la hoya, si no fuese capaz de valerme. Pero me valdré, ¡no faltaría más!, ¿qué las leyes, qué las costumbres, qué todo es iniquidad? Pues me tomaré la justicia por mi mano, y el que viva, verá lo bueno, porque si don Benicio Neira, que es un santo, se empeña en que su hija María Rosa sea la señora de Baltasar Sobrado, pierde el tiempo?, y que le busque otro marido".