Dicen que el estilo Feijóo es esto: una mezcla de actitud institucional y partidista, cuyas dosis varían según los casos, pero sin que falte nunca un poco de cada uno de esos dos ingredientes en una salsa que se amalgama con el pragmatismo que es propio de quienes, más que políticos, se consideran gestores. El caso del Alakrana puede ofrecer una clara muestra de la forma de ejercer la presidencia autonómica del heredero de Fraga, una situación que le viene como anillo al dedo para marcar un determinado perfil.

Digan lo que digan los socialistas, el presidente de la Xunta no busca la confrontación con el gobierno de Madrid a propósito de una crisis en la que está en juego la vida de muchas personas. Por ahora, sólo pretende, sin éxito, que su gobierno tenga voz en la comisión de seguimiento de un problema que afecta de lleno a Galicia, no sólo por ser gallegos varios de los tripulantes del atunero secuestrado, sino porque nuestra comunidad, como potencia pesquera que es, tiene muchos intereses en juego en casi todos los mares, que han de ser defendidos por el Estado español.

Nadie discute de quién son las competencias en esta materia. Le corresponden en exclusiva a la Administración central. Sin embargo, aquí sabemos mucho de esas cosas y, además del legítimo deseo de estar informados, queremos aportar esos conocimientos y la experiencia acumulada por nuestra flota en mil y una batallas contra gobiernos de medio mundo, incluso de grandes potencias y de países desarrollados, que juegan contra nosotros tan o más sucio que los mismísimos piratas del Índico.

No se puede acusar al gobierno gallego, al menos hasta hoy, de utilizar el problema del Alakrana para desgastar a ZP en beneficio de Rajoy. Hasta el día de hoy el Pepedegá gobernante mantiene una actitud prudente, bien distinta de la que tuvieron otros en el desastre del Prestige. Aún cuando fuese lo más cómodo y lo menos arriesgado políticamente, sería incomprensible e inaceptable para las familias de los afectados y para el resto de la ciudadanía gallega que la Xunta se desentendiera por completo del asunto, simplemente porque no le compete de forma directa. Sin embargo, involucrándose en el comité de crisis asume un riesgo de desgaste en la medida en la que se corresponsabilizaría de un desenlace final que no puede no ser del todo brillante o incluso resultar trágico.

Pero es legítimo que don Alberto aproveche una ocasión como ésta para perfilar ante la opinión pública su manera de entender el arte de gobernar. Es en trances de esta naturaleza, aunque le toquen de lejos, cuando el responsable público tiene que dar la talla, la suya, la de su equipo y del partido que lidera, sabiendo que inevitablemente se le va a comparar con sus predecesores cuando tuvieron que afrontar problemas sobrevenidos de difícil manejo, situaciones críticas o de emergencia que cada cierto tiempo ponen en solfa la solidez de ciertos servicios y recursos públicos y la capacidad de los políticos para manejar adecuadamente.

Por ahora, Feijóo juega a ser leal con el gobierno de España, que, en cambio, no le devuelve esa lealtad, sino que desaira a San Caetano, con comportamientos tan injustificables como el de no admitir a sus representantes en una reunión informativa, en Vigo, con las familias de los marineros. Visto lo visto, a la Xunta no le queda otra que crear su propia comisión de seguimiento, para hacer justo lo que Madrid no está haciendo: estar todo lo cerca que sea posible de los que sufren en su propia carne el manejo manifiestamente mejorable que está haciendo La Moncloa de un problema

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