Parece que por fin se ha escenificado un alto nivel de consenso en Galicia, entre todos los grupos políticos, de que es necesario reformar la ley de cajas. A partir de una propuesta inicial del BNG, el Gobierno gallego ha reaccionado y planteado, entiendo que con buen criterio, buenas preguntas que entiendo pueden conducir a buen puerto un proceso netamente gallego de confluencia de diferentes proyectos existentes a la fecha.

Y, sinceramente, les diré que me gusta el planteamiento esgrimido por el señor Feijóo. Es imprescindible que los proyectos resultantes de la posible reordenación del sector -con fusión o no de por medio- sean solventes, viables y sostenibles. Eso ante todo. Y, en segundo lugar, sería deseable también que sus centros de decisión se mantuviesen en Galicia. Creo que esas son las claves, y su lógica, para articular un proyecto gallego de futuro.

Lo que está claro es que -sí o sí-, tal y como está evolucionando el sector de las cajas en España, se va a simplificar muchísimo el panorama de las mismas. Vía fusión, absorción u otras fórmulas más virtuales, la enorme panoplia de posibilidades está ya en un proceso de concentración imparable. Y a este fenómeno no pueden ser ajenas las cajas gallegas. Y aquí el dilema. O se pone en marcha un proyecto con vocación de quedarse en la comunidad autónoma, o tarde o temprano la vorágine de cambio del sector les afectará. Y, aviso a los navegantes, esto último podría significar, a medio plazo, una pérdida significativa del peso de Galicia en el panorama financiero español.

Sé que estoy simplificando, y que el fenómeno es más complejo, pero entiendo que no es momento ni para los personalismos ni para los localismos. Es el momento de pensar en clave de las posibilidades de Galicia. Sé que una fusión entre las dos entidades gallegas de referencia debe superar ciertos escollos, y que hay muchos detalles técnicos -como qué ocurriría con el endeudamiento de las empresas contraído con ambas entidades, o el futuro de la amplia red de oficinas de las dos cajas desplegadas en toda la comunidad autónoma- que tendrían que ser estudiados, llegándose a soluciones razonables. Pero la racionalidad y el estado de la cuestión creo que ameritan, hoy más que nunca, la existencia de una única caja en Galicia. Un proyecto acariciado desde el pasado, pero que nunca encontró un caldo de cultivo apropiado -será la necesidad- como hasta ahora. Hoy es el momento de la fusión de cajas, auspiciado y controlado por el regulador, y Galicia no puede perder en esto el tren. Un tren de progreso, sin duda. Y una tendencia que se ha entendido ya en otras comunidades -véase Cataluña- que se han apresurado a aunar entidades antes independientes y autónomas. En Galicia, en el pasado, se acometieron ya con decisión y valentía importantes procesos de simplificación del sector de las cajas. ¿Quién se acuerda ya de aquella Caja de Ahorros y Monte de Piedad de A Coruña y Lugo? ¿O, por poner otro ejemplo, de Caja de Santiago? ¿O, incluso, de Caixavigo, Caixa Ourense y Caixa Pontevedra? Todos ellos eran proyectos gestados y pilotados desde la ilusión, pero que vieron en su integración en lógicas más grandes y sólidas su apuesta por el futuro. Quizá, sólo quizá, ahora sea el momento de plantear una nueva vuelta de tuerca en el camino definitivo que desemboque en el advenimiento de un gran operador gallego, que se convertiría hoy en día en el cuarto español en volumen de activos. La lógica nos dice que, de ser posible, viable y sostenible, esto sería deseable. Y, si es así, lo que no tendría ningún sentido es que esto no se materializase sólo por la falta de visión de las actuales cúpulas de las entidades financieras o por la escasa lógica de conjunto de la sociedad gallega. Y en esto el Gobierno de Galicia tiene que marcar la pauta, y creo que así lo ha expresado.

El futuro clarificará la cuestión, y aún cuando hoy se enlacen felizmente las dos cajas made in Galicia, esto no significará que, a largo plazo, tengan que continuar su camino sin ir de la mano de alguna otra hermana más?

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