Se escribe que no hay relación entre voto de castidad y pederastia y se estima que no hay más pedofilia en la Iglesia que en otras instituciones o actividades... Se matiza: hay efebofilia. Aunque la academia no lo recoge (lo mete en pedofilia) dice de "efebo" que es "mancebo, adolescente de belleza afeminada", y así se está más cerca de comprender la confusión del cura. Había más regocijo cuando la pederastia era asunto de escritores homosexuales en islas permisivas o de turistas occidentales detenidos en países descalzos.

En países católicos conocemos alguna historia al respecto desde el colegio. Sin signos de gravedad, en cada patio era conocido algún fraile o cura de manos larga s y buscadoras del que guardarse. Podía haber alguna historia más seria que se enfocaba con incredulidad hacia los hechos, insensibilidad hacia la sedicente víctima y certeza de impunidad de la institución. Esto último funcionó para los depredadores, desde el disfraz del poder hasta el respaldo del organismo -temeroso del escándalo, desatento al daño- como una garantía.

Esta sensibilidad actual es más de sociedad protestante que católica, de ahí el desconcierto de la Iglesia de Roma y que llegue hasta Ratzinger, de 20 años atrás, un caso de vista gorda en el que los propios padres del abusado, un chaval de 11 años que hizo una felación a un cura, no concibieran denunciarlo. También miró hacia otro lado en más casos desde sus altos cargos antes de llegar a la cumbre del escalafón eclesiástico.

Feo asunto en el que el Papa intelectual calla mientras salen a apoyarle los suyos. No le beneficia el recuerdo de la potencia de su antecesor, Juan Pablo II, primer Papa de la imagen contemporánea, con el que comparte cargo, atributos y atuendo. El vicediós ha perdido fuerza, pero la Iglesia soportará esto y mucho más y no debería tirarse en el área y pedir penalti o alegar hostilidad.