No hace mucho estaba en una tertulia de amigos cuando uno de ellos, padre de tres hijas para más señas, espetó lo siguiente: "En mi opinión debería prohibirse el velo en los institutos y centros de enseñanza. Ha sido mucho el dolor y la sangre derramada por muchas mujeres en la conquista de sus derechos más elementales para que ahora podamos permitirnos un solo paso atrás en este terreno". He de reconocer que me sorprendió la contundencia con que emitió su razonamiento, que compartí desde el punto de vista de una simpatía inmediata hacia lo que constituía la base sobre la cual hay que situar la discusión sobre la prohibición del velo en los centros públicos, que no es otra que la del respeto a los derechos humanos más elementales, entre los cuales, obviamente, están los derechos de las mujeres.

Puede que a alguien esto la parezca una obviedad. Lo cierto es que estos derechos son conculcados sistemáticamente en numerosos lugares del mundo, especialmente en los países islámicos, donde la propia religión determina un estatus de sumisión de la mujer respecto del hombre, contraviniendo de esta manera cualquier atisbo de igualdad en lo que concierne a su posición ante la familia, la escuela, la sociedad, el trabajo, etc. Esta sumisión tiene sus propias señas de identidad, y el velo, sin lugar a dudas, es una de ellas. Desde este punto de vista no me parece, pues, pertinente la comparación del velo o yihab islámico con cualquier otra prenda o tocado de finalidades puramente ornamentales, ya sea gorra, pañuelo, sombrero, etc. Lo que pretendo decir, en definitiva, es que nos encontramos ante una prenda de carácter claramente discriminatorio cuya finalidad última es señalar a las mujeres, es decir, mostrar a las claras una jerarquía inferior en lo que concierne a su posición respecto al varón, por mucho que -cosa que habría que ver en cada caso- la incorporación del velo a su indumentaria habitual tenga un carácter voluntario y/o aceptado por quien lo usa.

Creo que ante la disyuntiva, planteada quizás desacertadamente, entre libertad individual/respeto a los derechos humanos la opción debería ser clara, especialmente en sociedades que, como la europea, han apostado irreversiblemente por la democracia y la consolidación de un sistema de libertades basado en la igualdad de las personas con independencia de sus creencias, sexo o religión. No nos encontramos, pues, ante algo meramente anecdótico o pasajero, sino ante la posibilidad real de abrir una grieta de consecuencias imprevisibles para la laicidad en la que se sustenta nuestro sistema público educativo. No es normal que un instituto tenga que decidir respecto de tan espinosa cuestión, la norma debería ser general y desprovista de toda influencia religiosa. ¿Toleraríamos tal vez la presencia de los siniestros burkas en nuestras aulas? Existen notables diferencias formales, argüirán los defensores de la libertad de opción de portar el velo. Pero en el fondo estamos hablando de lo mismo, es decir, de una manifestación de carácter visual y marcadamente sexista que atenta contra la igualdad que debería alentar las relaciones entre hombres y mujeres en todos los ámbitos.

No estamos, insisto, ante una cuestión baladí. El velo de la discordia no es en absoluto una prenda inocente: se trata, no nos cansaremos de repetirlo tantas veces como sea necesario, de un señuelo o distintivo de la sumisión de millones de mujeres al dictado de un sistema político y religioso que las relega a seres de segunda categoría. O, dicho de otra manera, de un menoscabo flagrante a la lucha de tantas y tantas mujeres por la conquista de sus derechos, tantas veces ignorados y esquilmados a lo largo de la historia.

A muchos, y ya para terminar, la visión de este tipo de prendas nos retrotrae a épocas de obscurantismo y sufrimiento indecible para las mujeres. Debemos por tanto hacer todo cuanto esté en nuestras manos para rehabilitarlas, para decirles, en suma, que por encima de credos, dogmas e ideologías tienen derecho a ser ellas mismas donde y cuando les plazca. A ejercitar en suma, el sagrado derecho a la libertad entendida ésta en su concepción más amplia, que no es otra que la que la liga al respeto y consideración de los derechos humanos sea donde sea, en cualquier momento y circunstancia.