. spaña discute acaloradamente de federalismo, en la misma semana en que los herederos de los colegios de electores del sacro imperio romano germánico se rebelaban ante la designación del emperador alemán, o presidente para tiempos bajos en prosopopeya. Angela Merkel no sufrió la humillación reiterada de que rechazaran a su candidato, porque su patrocinado Christian Wulff carece de empatía alguna con la cancillera. El cristianísimo nombre del anodino personaje, elevado finalmente a rastras a la jefatura del Estado, remite al marcado carácter religioso del proceso. El rival inflado para contestar la imposición berlinesa es Joachim Gauck, pastor protestante que no ha conseguido ser el décimo ocupante del cargo desde la II Guerra Mundial.

Muy grave ha de ser la crisis económica, para que la proclamación del presidente alemán decorativo detenga la respiración del planeta. Merkel arriesgó su gobierno para imponer su voluntad. La vulgaridad obscena del ritual serviría de defensa enardecida de la monarquía de los genes, que suplen la engorrosa letanía de votaciones y no superan en decepción al procedimiento deliberativo. La Asamblea Federal alemana está compuesta por 1244 personas, cuya única utilidad es elegir a un presidente con poderes meramente simbólicos y situado au dessus de la melée. Este despilfarro económico y burocrático limita los efectos de la revuelta de los electores. Los príncipes levantiscos se apaciguaron a la tercera votación, porque en ella peligraba su propia continuidad. En el inevitable paralelismo con la ebullición catalana, también los partidos soliviantados por los recortes del Estatut medirán cuidadosamente las repercusiones de su amotinamiento en los recursos propios.

Wulff presume de capacidad de concordia, donde sus críticos sólo advierten dotes para el adormecimiento. Su precipitada promoción a la presidencia se debió a la dimisión de su predecesor, en una ironía más sangrante que la accidentada elección. Horst Köhler abandonó el cargo imperial por decir la verdad, un desafío que podía repetirse con la designación de Gauck. El saliente se refirió a Afganistán como un conflicto de defensa de los intereses económicos de Occidente, originando el consiguiente revuelo. Poco después se publicaba el detallado mapa de los recursos mineros afganos, donde uno de los trayectos esenciales recibe el nombre de Ruta del Litio. Habida cuenta de que el seísmo posterior ha provocado que se tambaleara la coalición gobernante de Merkel, la maldición de Asia central controla la vida política de Occidente.

En sintonía con el desvanecimiento ideológico global, el duelo por la presidencia alemana no se libraba entre antagonistas a izquierda y derecha. Gauck es al menos tan conservador como el nuevo presidente, pero en el carismático pastor se repite la experiencia frustrada de Alberto Ruiz Gallardón. El alcalde de Madrid es el candidato a quien los españoles desean votar según todas las encuestas, de no mediar el veto expreso del bipartidismo único. Los partidos monolíticos actúan sabiamente, dado que la elección de Wulff en la tanda de penalties coloca en serios apuros a Angela Merkel. La cancillera es la candidata favorita de Mariano Rajoy, que encuentra en ella un reflejo de la grisura recompensada electoralmente.

Con Alemania emergiendo victoriosa de la crisis, la constatación de que el gobierno de Berlín es más inestable que el español supone una revelación inesperada. Los alemanes no están preparados para un Vaclav Hável adaptado por Gauck, pero ya han expresado su descontento hacia los políticos profesionales, que Wulff encarna hasta el último mechón de su cabellera. Se ha abortado asimismo la posibilidad de que el presidente y la cancillera procedieran de la extinta República Democrática. Se consolida simultáneamente la ascensión de los políticos emocionales -el Antanas Mockus que desafió al establishment colombiano-, que aparecen nimbados por una aureola espiritual. Apelando a formas atenuadas de mesianismo y a intimaciones de mortalidad, prometen ejercicios de psicoterapia colectiva. El hartazgo de la mediocridad es una buena lección para España, en vísperas del tercer combate Zapatero-Rajoy. En cuanto a Alemania, deberá remitirse al nonagenario Richard von Weizsäcker si desea extraer liderazgo político de alguno de sus compatriotas con experiencia en la presidencia del sacro imperio.