Si yo fuera dictador de España, suprimiría de una plumada las corridas de toros. Pero, entretanto que las hay, continuo asistiendo. Las suprimiría porque opino que son socialmente un espectáculo nocivo. Continuo asistiendo porque estéticamente son un espectáculo admirable y porque individualmente, para mí, no son nocivas, antes sobremanera provechosas, como texto donde estudiar psicología del pueblo español" (Pérez de Ayala)

Se diría que estamos en la era de las prohibiciones, asunto nada baladí y muy inquietante. Pero lo peor de todo es la chabacanería de las polémicas que se originan a resultas de ello. El Parlamento de Cataluña acuerda prohibir las corridas de toros en su territorio en un momento en el que la patria de Espriu vive malestares varios, entre ellos, la Sentencia sobre el Estatuto de 2006 y el llamado caso Millet, que trae a mal traer a más de un grupo político. ¡Cuánto mejor que se haya montado una discusión taurina en vez de llegar al fondo de un asunto que no sólo pone en tela de juicio el buen funcionamiento de las instituciones que tenían que haber detectado mucho antes lo que se cocía en el Palau, sino también algunos silencios sonrojantes! Y, por su parte, algunos gobiernos autonómicos peperos, en un alarde de españolidad de sainete, sienten ultrajado su patriotismo de charanga y pandereta. Doña Esperanza, cual Agustina de Aragón. El señor Camps, como el apoderado taurino de las Españas, aunque le falta el puro, también proscrito. Para completar el cuadro, que bailen un pasodoble. La majeza, los manolos. ¡Así da gusto! ¿Cómo puede llegar tan lejos la ignorancia de unos y otros? ¿Con qué fundamento cabe afirmar que ser antitaurino significa ser antiespañol? ¿Fue antiespañol aquel escritor tan peculiar llamado Eugenio Noel, antitaurino por definición? ¿Acaso se puede poner en duda el patriotismo de Jovellanos, que demostró no tener ninguna simpatía hacia la llamada fiesta nacional? Moratín, por su parte, fue un gran defensor. No, no es cuestión de españolidad. Distinta cosa es que haya catalanistas que se declaren antitaurinos con la misma ignorancia que sus antagonistas, pensando que lo más definitorio de España son las corridas de toros.

Abiertamente me pregunto cuál es el bagaje de lecturas de algunas personas que se dedican a pontificar en la mayoría de las discusiones públicas. ¿Se puede divagar sobre la fiesta de los toros sin hacer mención a lo que Pérez de Ayala escribió al respecto, con una finura intelectual tan envidiable? Hablo de su ensayo Política y Toros, imprescindible para entender lo que fue la España de las primeras décadas del siglo XX, textos que destilan ironía e inteligencia de forma más que admirable. Para Pérez de Ayala, los políticos de entonces se conducían con la misma ordinariez que la mayoría del público taurino: "En los debates parlamentarios de los últimos días de este mes de mayo de 1918, durante los cuales se discutieron los sucesos acaecidos en agosto de 1917, la mayoría idónea, compuesta de caballeros y señoritos, toda ella del señor Dato abajo, se ha mostrado como epítome cabal del público de toros. En ninguna parte como en los toros cabe estudiar la psicología actual del pueblo español. Acaso el conde de Romanones es el político más sagaz, porque es asiduo espectador de toros; tal vez, espectador de los espectadores".

La mordacidad de don Ramón es proverbial. Y en la España de hoy no sólo no tiene quien lo lea, sino que tampoco tiene quien escriba sobre él. Así nos va. No quiero creer que a Ayala le suceda lo mismo que a Jovellanos, según escribió Julián Marías, que tiene estudiosos, pero que apenas cuenta con lectores.

¡Qué buena oportunidad, a propósito de toda esta polémica, para que se rescataran anécdotas protagonizadas por Juan Belmonte, por el Gallo y compañía! ¡Qué magnífica ocasión para que la prensa reprodujese poemas de Lorca y Aberti! ¡Qué lástima que no se saquen a relucir determinados episodios en los que la izquierda que iba para divina en el franquismo se relacionaba con toreros de la época, episodios que están plasmados, entre otras referencias, en un conocido libro Jorge Semprún! ¡Qué pena que la derecha tenga tan poca memoria de sí misma que ni siquiera recuerde lo mucho que se mofaba por el hecho de que algún torero acudiese a las conferencias que daba Ortega en la España franquista! Reparen en estas palabras de un periódico madrileño en los años 40: "El mayor milagro de don José (Ortega) ha sido poner de moda la filosofía y hacer que las marquesas hablen de la nueva interpretación de la historia a la hora del té y que los toreros lean a Dilthey".

El torero, como el majo, tenía que ser gracioso y, llegado el caso, formar parte de una dramón, crimen pasional incluido, a lo Mérimée, o, también, protagonizar historias con cabida en un cuplé. Pero que departiesen con intelectuales o que acudiesen a sus conferencias no estaba en el guión, ni tampoco se encuentra en el recordatorio de su discurso actual.

Y, en fin, los discursos antitaurinos generados por esta polémica no resultan menos tópicos que los que esgrimen sus más ardientes defensores. Deberían ser conscientes, primero, de que ser antitaurino no es sinónimo de la anti España, y, que, en segundo lugar, un discurso nacionalista no puede construirse sólo a la contra, máxime si no se prohiben otros espectáculos que comportan un sufrimiento no menor para los animales.

¡Cuánta ramplonería, cuánto oportunismo, cuánta ignorancia y cuánto circo!