Charlamos con un amigo de probado y hondo espíritu crítico a propósito de la progresivamente extendida nueva suerte, ésta al fin para los toros.

Recordamos la ocurrencia, que seguramente ya habíamos contado aquí, de aquel primo nuestro que siempre pregunta cuántos toreros han muerto y cuántos toros.

El amigo con quien hablamos va mucho más allá de los buenos sentimientos de los protectores de animales.

-Es una cuestión de especies.

-¿Qué especies?

-Imagínate un cruce de ase catalán y toro de lidia. Engendrarían probablemente un monstruo, y en todo caso, un híbrido.

-Bueno, pero eso es trabajar con una hipótesis límite.

-Está bien. Entonces traslada esto a nuestra tierra: en Galicia no se lleva la vaca al toro sino a vaca ao boi. Lo cual quiere decir que el apareamiento natural de la vaca es con su boi y no con el toro ajeno.

-Estás haciendo un juego de palabras. -Lamento tu falta de sutileza. Al semental le llamamos boi, no touro, aunque parezca contradictorio.

La vaca es nuestra vaca totémica, la de Castelao munxida, desde Madrid, por la meiga chuchona.

He aquí la clave.

Podrá haber ya un 60% de ciudadanos sobre la piel de toro que se declaran antitaurinos, según las últimas encuestas. Tibios abolicionistas, sin embargo, pues la mayoría no prohibiría las corridas aun condenándolas.

La misma muestra asegura que la decisión del Parlament encierra motivos políticos, no de solidaridad con los "hermanos toros".

No es así en modo alguno. No una intencionalidad política. Una identidad de cultura propia.

Por lo mismo que entre nosotros están desplegándose mucho más las banderas de la vaca de ubérrimos tetos sobre fondo blanquiazul, que las del toro de Osborne sobre fondo rojigualda, la cual, por cierto, durante la masiva recepción postmundial de Madrid enarbolaba infatigablemente el capitán de la selección.