. n 2007 la compañía Sony le preguntó a la actriz Angelina Jolie si le apetecía ser "chica Bond" y ella respondió: "no, yo quiero ser James Bond". Hace años, cuando se buscaba la enésima encarnación del espía con licencia para matar, se me ocurrió pensar que James Bond no era un personaje sino un puesto de trabajo. El clásico error de mirar la acción desde el lado del trabajo y no del capital: James Bond es una licencia. Así llaman ahora a los personajes de ficción no unidos a su autor que saltan de parte a parte, de medio a medio, de la novela al cine, al videojuego, al tebeo, a la tele, a los cereales y a los botes de champú... Cuando yo era niño, Iron Man era un millonario cardiópata que se volvía superhéroe con una armadura en forma de estufa. Hace unos meses Wall Street tenía parte de sus esperanzas puestas en esta licencia.

Lo propio con las licencias es ser licencioso y no sería raro que James Bond fuera Angelina Jolie, o al revés, por necesidades de reinterpretación del personaje para su éxito en taquilla y su permanencia dentro de la escuadra pop. Hace años James Bond, espía al servicio de su Majestad, era un psicópata machista que mataba sin remordimiento enemigos feos y follaba sin amor chicas muy guapas en ambientes de lujo. Nada impediría hoy que esas características fueran encarnadas por una mujer, sólo habría que estar alerta a que la actriz no cobrara un 30% menos que un Bond varón. Cosmopolitan TV podría dar algo más que Sexo en Nueva York y muchas espectadoras encontrarían una ficción consoladora alternativa a Mamma mia.

Lo más estratégicamente correcto y rabiosamente contemporáneo sería que Angelina fuera James sin dar explicación del cambio de sexo siempre que mantuviera su alta precisión de psicópata machista que mata sin remordimiento enemigos feos y folla sin amor chicas muy guapas en ambientes de lujo.