Un brumoso día otoñal de 1803, partía de La Coruña, aparejada para dar la vuelta al mundo, la corbeta María Pita, propiedad de la casa Tabanera y sobrinos, con objeto de llevar hasta los últimos rincones de la Tierra la vacuna contra la viruela. Era una expedición científica y filantrópica al estilo de las muchas que, durante todo el siglo de la Ilustración, habían llevado a cabo, al alimón, hombres de ciencia y marinos españoles y que, en la actualidad, vemos reproducidas en las campañas científicas de la Antártida.

Es la historia que sirve de hilo argumental a un par de novelas de reciente aparición: Los héroes olvidados, del médico bilbaíno Antonio Villanueva, y Los Hijos del Cielo, escrita por Luís Miguel Ariza; pero, entre los libros publicados sobre aquella expedición de la viruela, hay otros cuatro que no deben olvidarse: Para salvar al Mundo de Julia Álvarez, ?Y llegó la vida de Enrique Alfonso en la colección Austral, Los ángeles custodios de Almudena de Arteaga y El barco de la viruela de Víctor García Nieto. La historia de esta campaña, que entrevera, en dosis similares, la filantropía y la vida aventurera de la navegación a vela, todavía no ha sido llevada a la pantalla.

La viruela es la enfermedad que más seres humanos se ha cobrado a lo largo de la historia, sobre todo en regiones tropicales; por eso la expedición de que hablamos puso rumbo a las colonias españolas del Nuevo Mundo, cruzando después el Pacífico hacia el continente asiático para, finalmente, regresar a España. Era la campaña del doctor Balmis, que incluía en la expedición a veintidós niños hospicianos coruñeses que iban llevando en sus cuerpos, conservada, la vacuna contra la viruela. A los dos años cumplidos, el doctor lograba arribar a las costas de Macao después de arrostrar peligros, tragedias y pérdidas humanas sin irremedio. Durante la navegación y las diversas escalas, también tuvieron que hacer frente a la incomprensión de autoridades locales que se oponían a estas vacunaciones. No obstante, la utilización de seres humanos como portadores resultó una idea tan ingeniosa para la época que incluso, en la actualidad, sorprende a los expertos que investigan nuevas formas de vacunación biotecnológica inyectada en alimentos y plantas para sustituir la cadena del frío. Eran necesarios, precisamente, niños porque la vacuna prendía en ellos con mayor facilidad, de modo que, con una lanceta impregnada del fluido, se les practicaba una incisión superficial en el hombro, y al cabo de unos diez días, surgían los granos vacuníferos que exhalaban el fluido y era momento de traspasar la vacuna a otro organismo. Balmis vacunaba a dos niños de cada vez para asegurar que esta cadena humana no se rompiera durante la expedición; de hecho, para muchos especialistas en ciencias de la salud, esta campaña puede que haya sido la más importante aportación española al desarrollo de la salud pública en el mundo.

El alicantino doctor Balmis tiene dedicadas una plaza y una fundación cultural en su ciudad natal; pero la faceta femenina de la expedición la encarnó activamente la rectora de la casa de expósitos de La Coruña, a quien, a la vista de diversas opiniones acerca de su apellido, el Ayuntamiento coruñés dedicó la calle de Isabel López Gandalla.

Hace algo más de treinta años que el mundo quedó, oficialmente, libre de viruelas y en la actualidad, ese virus se encuentra refrigerado en dos laboratorios de Rusia y Estados Unidos. Hay opiniones que reclaman la destrucción total de las muestras, sin embargo otras han pedido que se mantengan por necesidades de investigación, por ello la Organización Mundial de la Salud debe tomar una decisión, precisamente este año 2011, de qué hacer con esas muestras.