. as mentiras de Irak y del 11-M convierten a Aznar en el peor presidente del Gobierno de los siglos pasados. Sin embargo, la conferencia que pronunció en la universidad de Columbia exterioriza la oxigenación mental que conlleva la pérdida del poder. El presidente de Rajoy me obliga a acuñar el titular que nunca pensé escribir, Aznar tiene razón cuando desgrana las contradicciones de los bombardeos de Libia. La opinión se escandaliza porque calificó a Gadafi de "amigo extravagante", pero no pueden refutarle los gobernantes occidentales que se abrazaron al déspota de Trípoli, agarraron sus petrodólares, le invitaron a liquidar a los islamistas y hoy lo bombardean por cumplir con todas las cláusulas del trato.

Acierta Aznar asimismo cuando recuerda que Gadafi se desembarazó de sus arsenales químicos o biológicos, aunque aquí cabría recordarle que también lo hizo Sadam, sin que el gesto le salvara de la invasión ni de la horca. Sobre todo, el expresidente del Gobierno bordea la genialidad analítica al recordar que Occidente fustiga a sus leales vasallos árabes -Mubarak, Ben Ali, Gadafi-, mientras que se amilana ante Siria, Irán y demás patrocinadores de los terrorismos vigentes. Por supuesto, hay que apartarse del aznarismo cuando se aproxima a un desaconsejable bombardeo de Teherán.

Les guste o no a Carme Chacón y demás amigos que otros vayan a la guerra, Libia se parece cada día más a Irak, por lo que Aznar se apresuró a comparar a Bush con Obama, y tampoco aquí va desencaminado. El único consuelo de confesar la adhesión al postaznarismo llega cuando el propio Aznar reniega de sus palabras en Columbia, a través de Faes. El expresidente habla inglés en castellano, por lo que se necesitó prácticamente una semana para verter sus palabras a un habla comprensible. Si quería retractarse, le hubiera bastado con admitir que no sabía lo que estaba leyendo, por lo que probablemente un secretario tramposo le tradujo al idioma de Shakespeare lo contrario de lo que pretendía. Y sólo por eso tiene razón.