. n sus ya veinticinco años de vida la Mesa pola Normalización Lingüística tuvo tres presidentes. El primero y uno de sus fundadores fue Xosé Manuel Sarille, un profesor de instituto tan nacionalista y progresista como librepensador que, sin renunciar un ápice a su compromiso con el idioma, se atrevió a discutir muchos de los dogmas sagrados en los que se ha venido basando la política normalizadora y hasta llegó a poner en tela de juicio el papel jugado en ese ámbito por las organizaciones que tradicionalmente se arrogaron la defensa de la lengua gallega.

Sarille presidió la Mesa entre 1986 y 1997, once años nada menos. En ese periodo la consolidó como la mayor entidad cultural del país, poniendo especial empeño en que no se convirtiera en un instrumento partidista y en que no fuese patrimonializada por nadie, de modo que en ella se pudieran sentir cómodos desde los galleguistas moderados hasta los más radicales, fuera cual fuese su ideología e independendientemente de las siglas en que militasen. Ese planteamiento, rabiosamente independiente, al tiempo que le confería a la institución prestigio y respetabilidad, le acarreó a Sarille la hostilidad de distintos sectores del Bloque y en especial de la UPG, que aún hoy parecen tenerle una especial inquina. El interesado les cargó de razón cuando en 2007 publicó un más que polémico ensayo con el clarificador título de A impostura e a desorientación na normalización lingüística, donde no dejaba títere con cabeza. Repartía estopa a diestro y siniestro y, lo que es más grave, no tenía reparos en abrir un debate de gran calado que mucha gente considera peligroso. De algún modo se preguntaba qué se hizo mal hasta hoy si al cabo de tres décadas de normalización el gallego sigue en franca regresión en cuanto al número de hablantes.

A Sarille le sustituyó Concha Costas. Su mandato fue hasta ahora el más breve, un mero periodo de transición, que transcurrió sin pena ni gloria. Hasta que en 2002 llega a la presidencia de la Mesa Carlos Callón, un joven filólogo, de poco más de 30 años, entusiasta de la sociolingüística, cercano a Paco Rodríguez y a la estructura upegalla, que incluso fue concejal del Benegá en Ribeira, su pueblo. La suya es una línea de confrontación directa con el poder político, que ni siquiera amainó, sino más bien al contrario, en la etapa del bipartito. Durante casi cuatro años, la Mesa de Callón convirtió a la secretaria xeral de Política Lingüística del gobierno Touriño, la socialista Marisol López, en su auténtica bestia negra. Cargó contra ella con igual dureza que contra determinados conselleiros y cargos públicos del PSOE, aunque tampoco se puede decir que fuera condescendiente con Anxo Quintana y los suyos.

El radicalismo de la Mesa pola Normalización, sobre todo en materia educativa, alimentó el movimiento antinormalizador que se materializaría en la creación de Galicia Bilingüe. Carlos Callón generó su propio contratipo, que es Gloria Lago, la mujer coraje que personifica la lucha de un cierto sector de la población, de variada adscripción ideológica, contra lo que considera la imposición ilegítima e incluso ilegal de una de las lenguas cooficiales sobre la otra. Unos y otros nos han llevado a una situación en la que el gallego se utiliza como arma arrojadiza en la batalla partidista o se presenta como un elemento de discordia social, algo que no aparecía ni en las peores pesadillas de quienes, veinticinco años atrás, a la sombra del venerable Carballo Calero, fundaron la Mesa, que en su mismo nombre, aun sin pretenderlo, evocaba la actitud integradora y constructiva de Ramón Piñeiro.

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