Una asociación de vecinos madrileña, bautizada con el gracioso nombre de La Playa de Lavapiés, solicitó permiso para organizar una manifestación en favor del ideario ateo el día de Jueves Santo, y la Delegación de Gobierno se lo ha prohibido con el argumento, entre otros, de que puede ofender los sentimientos de muchas personas y ser causa de incidentes al coincidir en el itinerario propuesto con varias procesiones religiosas. La prohibición se produce después de que algunos círculos políticos y periodísticos hubieran protestado contra esta "intolerable agresión" que estiman forma parte de una insidiosa campaña contra la Iglesia Católica favorecida desde ciertas instancias del poder político socialista. Los promotores de lo que en los medios se ha llamado "procesión atea" se han manifestado sorprendidos por la reacción en contra (aunque imagino que es lo que buscaban) y desmintieron que algunos carteles de convocatoria que aparecieron pegados por las paredes de las calles madrileñas fueran cosa suya. En uno de ellos se anunciaba la participación de una supuesta "hermandad de la santa pedofilia", y en otro, de la "cofradía del santísimo coño". En principio, una manifestación de ateos es tan respetable como una manifestación de católicos portando símbolos e imágenes religiosas, pero hay que convenir que este último grupo está mejor organizado y tiene un sentido del espectáculo mucho más comercial. Además de una larga tradición que ya se ha hecho costumbre y va asociada a las vacaciones de Pascua, una ventaja no desdeñable. De hecho, las procesiones de Semana Santa en España, al margen de sus valores intrínsecamente espirituales (que nadie duda de que los tiene), han sido declaradas fiestas de interés turístico y movilizan a decenas de miles de curiosos. Y hasta es posible que una gran mayoría de ellos sean ateos convencidos, agnósticos, o tibios católicos poco o nada practicantes. Le pregunto por esta cuestión a un amigo mío, que es ateo casi desde niño y me contesta que, a su juicio, una procesión de ateos, a imitación de una procesión de católicos, no tiene mucho sentido. " El ateísmo -me dice- no se exhibe, sino que se practica racional y discretamente. Por otra parte, veo como muy absurdo que nosotros saliéramos a la calle con capuchón, tocando el tambor y la trompeta, y llevando en andas las imágenes de algunos filósofos materialistas. Con la corporación municipal de chaqué, y los jefes militares de uniforme. En realidad, la única manifestación que cabría hacer es contra el abuso procesional y la ocupación de las ciudades. Pero en el fondo eso es tiempo perdido. A la gente le encanta disfrazarse, salir a la calle y hacer ruido. No se puede ir contra esos atavismos". El argumento me convenció. Las procesiones de Semana Santa en España son un formidable espectáculo de masas comparable a las Fallas de Valencia, a los Sanfermines de Pamplona, a la Fiesta de Moros y Cristianos, a los Carnavales canarios, al descenso del Sella en piragua, a la romería fluvial de Os Caneiros, y a cualquier otra cita multitudinaria que requiera apretujamiento humano y sudoraciones compartidas. Y cuando pasen los años, y el indiferentismo religioso -que es el acompañamiento inevitable de la sociedad de consumo capitalista- se adueñe de las conciencias, seguiremos celebrando con mucho fervor y mucho consumo de churros y patatas fritas las procesiones de Semana Santa. El ateísmo práctico tiene muchas formas de manifestarse sin necesidad de dejarse ver.