El gran problema de los socialistas es que España ha cambiado, y ello ha sucedido en parte por su impulso y bajo su gobierno. Podía haber sido por el impulso y bajo el gobierno de otros, porque la verdadera fuerza del cambio era un profundo y extendido deseo social de modernidad y bienestar a la europea. Pero la UCD se dinamitó a sí misma, y tras la autovoladura, el PSOE recibió la antorcha, porque estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno. Corrió el peligro de un estrepitoso fracaso, porque la crisis arreciaba y no se puede repartir leche de una ubre seca, pero llegó la entrada en la Unión Europea, y con ella, un aluvión de ayudas que hizo posible la cuadratura del círculo.

Pocas cosas son más fáciles que acostumbrarse a lo bueno y pocas tan difíciles como renunciar a ello. De la gran victoria socialista hará 29 años, y del ingreso en la CEE ha hecho un cuarto de siglo. Los prodigios de aquellos años han sido descontados por el electorado; en realidad, lo fueron ya en 1996, cuando José María Aznar consiguió la presidencia. Pero Aznar leyó mal la mayoría absoluta del 2000 y pensó que los españoles se habían vuelto tan atlantistas y neoliberales como él. Sus errores facilitaron la llegada de Zapatero, quien no se dio cuenta de que no estaba ahí por mérito propio sino por error ajeno. Lo suyo era solo un movimiento de vaivén de una marea cuya corriente de fondo apuntaba en otra dirección.

Ahora se acerca un nuevo reflujo, pero en esta ocasión con toda la contundencia. El PSOE ha sido expulsado de los grandes ayuntamientos, de las comunidades autónomas y ahora va a serlo del gobierno del Estado. De todo lo que conquistó entre 1979 y 1893 no le queda casi nada; se lo ha ido arrebatando el PP, que ahora va a dar el zarpazo final y va a mandar tanto como mandaba Felipe. Y también va a hacerlo, como en 1982, en plena crisis. Pero sin un maná de fondos europeos en perspectiva que le ayude a sacarse prodigios de la manga.

El PSOE mandará a la batalla al último mohicano felipista, con la modesta esperanza de reducir el tamaño de la humillación, pero sabe que esta no es una apuesta de futuro. Hay una nueva realidad que requiere un nuevo esfuerzo de imaginación para encontrar el equivalente, tres décadas más tarde, de aquel mítico "cambio". Para ello es necesario, primero, identificar las contradicciones de fondo del modelo vigente y de sus nuevos gobernantes. Porque haberlas, haylas, aunque quizás el viejo socialismo de estado también esté afectado por ellas, y sea necesaria la entrada de aire nuevo e incontaminado en el terreno de la izquierda.