Empezó septiembre. El mes por antonomasia del retorno. Nuevo curso escolar, político y hasta de matrícula en gimnasios y academias de idiomas. El paradigma de la vida nueva y de las ilusiones renovadas. Supongo que es una especie de compensación emocional por aquello de la pérdida del verano, con su luz y su calor, focalizándose entonces la actividad en estas otras satisfacciones.

Aunque, bien mirado, poco echaremos de menos a este julio o agosto por óptimos para el ejercicio del veraneo. Más bien todo lo contrario, ¿no? Ya nos contarán en detalle las cifras del turismo, pero mucho me da que las buenas expectativas iniciales, en lo que a Galicia se refiere, quedaron un tanto truncadas por lo malo del tiempo atmosférico. No es para menos, porque la lluvia fue escasa, pero el número de días nublados me parece que superó las estadísticas del más agorero...

Con todo, aquí estamos. Han transcurrido días, semanas y meses desde que comenzó el año en curso y si usted me puede leer, es que sigue por aquí y conserva las capacidades cognitivas y el gusto por enterarse de cómo piensan otros. Y no es poco eso, no, visto lo que acontece en otras partes del globo y lo fea que es la vida para muchos de nuestros congéneres. O lo difícil que se ha ido poniendo aquí en los últimos años, también, para otras personas.

Y es que, vista la evolución de las cuitas de la economía y su repercusión en lo social, hemos de empeñarnos a fondo en estos años para intentar mejorar las condiciones de vida globales. Y eso sólo será posible arrimando entre todas y todos el hombro y derrochando imaginación, energía y vitalidad. Son atributos propios de las gentes con iniciativa y capacidad de emprendimiento. Y esto es lo que ha de primar si queremos edificar un mundo nuevo: nuevas formas y cambiar la resignación o sólo la rabia por ánimos renovados y capacidad de mejora.

Mundo nuevo que, por cierto, ha de tener como base, sin vuelta de hoja, una actividad humana más sostenible desde todos los puntos de vista. Hay algunas noticias sobre la mesa -siempre y, en particular, en estos días- que meten miedo en términos medioambientales. ¿Y qué me dicen de los derechos socioeconómicos de las personas? ¿O de los conflictos existentes y el ataque continuado a los derechos humanos? En todos esos ámbitos, en un contexto de recursos limitados y nuevos polos emergentes de consumo e impacto ambiental, va a ser difícil llegar al soñado equilibrio entre lo que se puede hacer y lo que el entorno tolera.

Supongo que una dialéctica así -lo óptimo versus lo deseado, el utópico horizonte a largo plazo frente a lo efímero del momento y de sus posibilidades- es algo siempre presente en la vida de la persona. Y todo porque esta es limitada -y tanto- y hemos de combinar la efervescencia de todos nuestros proyectos y anhelos con la naturaleza recortada de la misma y el agravante de no conocer cuándo esta puede dar un giro o, bruscamente, truncarse.

Con todo, vamos haciendo camino al andar, intentando desbrozar el terreno de nuestras inquietudes, y conocer y aportar para dejar algo mejor que lo que encontramos al llegar. Perdone el romanticismo de la idea, si es que usted es de los que ya no cree definitivamente en la poesía, pero a mí me va bien para aquello de seguir con la llama encendida. Uno se centra así en lo práctico, pero sin renunciar a una visión de conjunto un tanto imbuida por la magia, propia también de nuestra naturaleza.

Feliz fin de verano, en unos días... Y que comiencen con buen pie esos nuevos proyectos que, quizá, acaricia usted en este preciso momento en que este artículo fenece. Ya.

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