Las condenas judiciales que pudo sufrir Dominique Strauss-Kahn no son nada comparadas con lo que ha perdido a pesar del archivo de las denuncias en Nueva York y París. Aún exonerado de responsabilidades penales, ya es irrecuperable la dirección del Fondo Monetario Internacional, donde, por cierto, reinó como un sátrapa con más simpatía por España que la perceptible en su sucesora, la solemne y estirada Lagarde, tan aficionada a las advertencias apocalípticas. Y nada digamos de su frustrada postulación a la presidencia francesa como candidato del Partido Socialista, ahora que la crisis hunde a Sarkozy ante la brega de Hollande y Aubry por disimular su evidente déficit de liderazgo.

Muy improbable que alguien lo lamente. La sexualidad es normal entre personas adultas y en relaciones voluntarias sin acepción de género. Lo anormal adquiere formas diversas de mayor o menor gravedad según códigos y culturas, aunque siempre parezcan escasas las penas contra la violación y, sobre todo, la pederastia. La olímpica iglesia de Roma ha tenido que disculparse por esta última entre sus ministros o subsecretarios, y hacerlo ya, sin esperar unos siglos de nada como en el caso Galileo. Pero la católica Irlanda no se conforma con ello, y hace bien. Los violadores, reos de atentados igualmente repugnantes contra la libertad y la integridad ajenas, pudieron beneficiarse largo tiempo de un rechazo algo más más indulgente, pero se acabó. La libido hipertrófica y descontrolada sería puro terrorismo en un clima de permisividad. Por fortuna, los sátiros, confesos o no, han perdido su lugar en la estructura social avanzada, y es cuestión de poco tiempo que lo pierdan en las hoy retardatarias, donde siguen amparados por la ignorancia solapada en tradiciones o costumbres.

Las absoluciones del señor DSK, tal vez magnífico economista, le han expulsado para siempre de la vida pública. Y si miramos el caso sin ideas preconcebidas, el factor decisivo ha sido la comunicación social, tan denostada -a veces, con razón- por sus masivas manipulaciones de conciencia o su envilecimiento a lomos de la, al parecer, suprema razón del entertainement sin tope ni frontera. Los infinitos tapadillos que, por abusivo poder o mal entendida vergüenza, han dado impunidad a las aberraciones, son ahora imposibles por la agilidad e inmediatez planetarias de la información, tanto más implacables cuanto más encumbrados los próceres culpables. He aquí una prueba más, y nada trivial, de la potencia depuradora de este oficio. Con todo el morbo que se quiera en supuestos como el de DSK, hasta hace poco señor de los anillos en el mundo que nos concierne pero aplastado por la pena de la vergüenza que dicta la información contra aquellos que no la tienen.